Café con porras…
Santos Rejas Rodríguez
En una de las
tres sillas vacías que rodean la mesa del café posé la bolsa de El Corte Inglés
que contenía el pantalón verde desvaído –entre herbazal y follaje- que me acababa
de comprar. ¿Porqué lo de las perforaciones? Me preguntaba. No del pantalón,
claro, sino las de la bolsa; las que desde hace un tiempo impiden reutilizarlas
para contener basura doméstica. Esos
agujeros las han hecho inútiles para arrojar en ellas, por ejemplo, cáscaras de
naranja. Por bien exprimidas que estén siempre soltarán un zumillo que se
colaría hasta el hondón del cubo…y no
digo nada de la lata de mejillones, que hagas lo que hagas, pringa.
A punto estaba,
creo, de hallar una hipótesis pertinente para resolver la incógnita cuando una
voz, rotunda, procedente de una mesa próxima, me desmadejó: -¡Porras, no!
¿¡Quieres que me ponga como la Chelo!? ¿Cómo un botijo? Para ordenar sin pausa: ¡Mollete de jamón con tomate y aceite virgen! ¡Déjate de fritangas…!
Con cierta
precaución, algo intimidado, miré disimuladamente hacia el lugar de procedencia de la voz sargentona,
quedando intimidado del todo. Me es difícil describir con detalle a la
propietaria de la voz ya que mi mirada de soslayo retornó automáticamente a la
bolsa de El Corte Inglés donde se quedó fija, sin pestañeos apreciables. Puedo
decir, eso sí, que se trataba de una mujer
guapa, rubia natural y de ojos de azul intensamente oscuros, a juego de
contraste con mi pantalón verde desvaído. Espléndida mujer, en definitiva. Y exuberante,
muy exuberante. Tanto que ocupaba todo el lateral, y más, de la mesa que
ocupaba, y sobre la que el camarero depositó, instantes después, su mollete,
doble, de jamón con tomate y aceite…virgen.
A la par que mi
mente se encaminaba al punto del infinito donde convergen dos de mis líneas paraleles,
me preguntaba ¿Y cómo será la Chelo?