HUECOS
Santos Rejas Rodríguez
«Hay que extraerla». Ni parpadeo, ni atisbo de duda. Inmisericorde.
Sentencia inapelable tras juicio sumario
y rápido. Ni siquiera preguntar si la parte afectada prestaba conformidad…
Agradecí, eso sí, que hubiera empleado el término «extraer»,
en lugar del reciente al uso «excarcelar», para referirse a la acción que de inmediato
llevaría a cabo, verbi gracia, desubicar una de mis muelas de su lugar en la
encía. En concreto del juicio. La inferior a la izquierda del actor, yo; y a la
derecha del estomatólogo, único espectador.
Al tiempo que inyectaba la anestesia con profesionalidad, o
sea sin piedad alguna, me explicaba los efectos perniciosos que acarrean estas
muelas infectadas. No detallo el relato por no «acongojar» a aprensivos ni
proporcionar disfrute a morbosos.
Debo manifestar que, en el fondo, la decisión tomada por el
facultativo me alegró. El dolor generado por la muela afectada me había
acompañado todo un largo fin de semana apenas mitigado por anestésicos y antibióticos.
Que mano ajena pusiera fin a una
relación tóxica me satisfizo…
Han pasado unos días desde la separación. Extinguido el
dolor, la infección y el malestar, ha quedado el hueco. Y ese hueco me ha traído
recuerdos de la extraditada: De su nacimiento, allá por la adolescencia, luego vendrían tres más, pero
esta era «la primera». De la ilusión de su crecer: era la del «juicio». De su acompañar
silencioso, año tras año, sin una queja si no la prestaba atención en la
limpieza; sin una protesta al anegarle de líquidos ácidos o dulces, ardientes o
helados…
Y el sentimiento de su pérdida para siempre, porque una muela
del juicio no se reemplaza, y si es la «primera» menos aún, hizo que «una
furtiva lágrima», interna pero lágrima, brotara de ese lugar donde residen las
lágrimas que tapan los huecos de ausencia. Los de muelas y los otros. Pues eso…que perder un juicio, da dolor