La soledad del amante
Santos Rejas Rodríguez
No voy a tratar del «amado o el amante», ya lo
hicieron Platón y Gala y por ahí han quedado sus escritos para lectores
curiosos. La quinta acepción de la RAE define amante como: «persona que
mantiene con otra una relación amorosa fuera del matrimonio». Por mi
cuenta, amplío lo de matrimonio a «pareja habitual».
Sobre esta condición de amante, en los albores de
San Valentín, «día de los enamorados», me dispongo a reflexionar. A pensar en el
amante desparejado, el que ama en la soledad de la mano vacía, de la mirada sin
respuesta, de la caricia ausente en el momento que la ansía porque que al ser
el suyo un amor intermitente, hoy no toca.
De ese amante que espera a que llegue el día «del
mañana sin falta», «que los niños crezcan», «que pase el mal momento» o el «ahora
no es oportuno» y otras promesas, infinitas ellas, que no acaban de cumplirse y
que, presumiblemente, no lleguen nunca. ¿Por cobardía? No. Por falta de amor de quien promete, por
inexistencia del amor que rompe barreras para unirse a quien ama. Por ser un
amor tramposo. Por no ser amor...
El amante que está dentro del matrimonio, asido a su
pareja habitual, tiene el calor de la compañía diaria, del entorno seguro, de
la vida cotidiana reglada…con sus sinsabores y quejas, sí, pero es la que
mantiene, en la que persiste, la egoístamente conservada mientras el amante
disparejo huele rosas marchitas, siente, sueña y ama en su rincón de soledad.
«Si tú no estás aquí no sé/qué diablos hago amándote»,
canta Rosana.
Pues eso, que además del 14 de febrero de 1929 hay
otros san valentines sangrantes y no precisamente en Chicago.