sábado, 19 de marzo de 2022

El tiempo...

 

El tiempo…

Santos Rejas Rodríguez

El tiempo transcurre al ritmo que le place. Su caminar no es uniforme como pretende convencernos el reloj o el calendario. Cuando se utiliza uno u otro como patrón de medida de ausencias, por ejemplo, se evidencia lo dicho. No necesita explicación. Una ausencia, medida en horas, meses o años se aleja hasta el infinito, parece perdida, e instantes después está en cercanía de aliento; hace sentir su presencia en carne viva, en el aquí y ahora.

En una tarde de verano, calurosa y tocando a su fin, sobre una mesa – libro, de aquellas de comedor clásico, vintage diríamos ahora, escribí:

«Hace escasas horas que ha muerto un buen hombre. Un hombre bueno. Mi padre. Con él tengo muchas conversaciones pospuestas, perdidas ya. Nos faltaron, en especial a mí, palabras que trasmitieran los afectos que nos sentíamos. Intensos, muy intensos; adivinados pero embargados por la timidez de la expresión».

Desde entonces, desde ese instante, no hay día (formado en ocasiones por incontables horas y otros por fugaces segundos), que no le hable, cuente o dialogue con él. Con la ansiedad de mitigar, que no recuperar, aquellos silencios.



Hoy es uno de esos días que le he contado, entre otras cosas, que ignoro qué fue de la mesa libro sobre la que le escribí. Si en alguna otra casa se despliega en acontecimientos que requieren espacio para asentarse a su alrededor los comensales que un día formaron el núcleo familiar o fue desgajada y yace en astillas satisfechas de los deberes cumplidos.

También le he informado que, por este mundo nuestro, de presencia, cabalgan de nuevo los jinetes. Que sin preaviso se presentó la Peste y de su mano tomó el testigo la Guerra. Y que sus dos compañeros, inseparables, recogen la cosecha en los territorios asolados por ambos.

Padre, en aquella ocasión añadí a mi escrito: «No has llamado para decirnos si llegaste bien. ¡Con lo exigente que siempre fuiste con nosotros en esa cuestión!».

Dado el tiempo transcurrido desde entonces sospecho que aun estás en camino. De Cáceres a la eternidad, y en tren, debe tardarse un huevo en llegar…y quizás la yema del otro, como solías decir. Pues eso. Que es el día del padre. Felicidades donde estés de este tu hijo, que te quiere. Adiós, adiós, que sabes es un hasta siempre.