Turquesa
Santos Rejas Rodríguez
¿Dónde va el amor perdido? ¿Tiene guarida propia? ¿Se
desvanece como el arco iris, tan multicolor como fugaz?
Andando el filo que fronteriza la mar de la arena, iban
surgiendo interrogantes de inciertas respuestas. El inicio del camino
emprendido está solitario. Permite concentrar ambos ojos en un infinito más o
menos lejano. Al llegar a zona poblada es preciso compartir visión: La
izquierda hacia las infatigables olas en su anhelo de reposo en la orilla
cercana, tan imposible. La visión derecha trasmutada en radar detector de niños
que, como huyendo del mañana, corren desesperados a arrojarse al mar
desplazando de su camino a todo obstáculo que se le interponga. De no estar
atento el caminante, que es el impedimento, corre el riesgo de ser embestido
con gran peligro para sus ya frágiles caderas…e incluso pelvis.
Y en ese andar, el ojo avizor la enfocó: Bajo una sombrilla turquesa miraba, perdida, a un horizonte
inescrutable. Tan cuajado de interrogantes como los que poblaban el pensar del
caminante: ¿Es lo que esperaba de la vida? ¿De mi vida? ¿Una sombrilla con un
ser ausente que hunde su rostro en arena? ¿Dónde quedó la mano asida para el
caminar? ¿Y los sueños compartidos? ¿Sólo late el sentir del vacío?
Un relámpago centelleó. Distante.
Ya lejana la visión de la
sombrilla turquesa, llegó el tronar.
Débil. Muy apagado.
Huérfano de respuestas…y
de esperanzas.