Siguen los calores
Santos Rejas Rodríguez
Iba yo pensando si habrá depósitos externos para almacenar
el tiempo perdido cuando mis ojos se cruzaron con los de un perro que se
hallaba en proceso cagatorio. Su mirada era compungida, como pidiendo disculpas
por hacer la necesidad en la vía pública. Ignoro si la mirada tendrá la misma expresión
cuando sean sus aguas menores las expulsadas, aunque sospecho que no porque ese
proceso va ligado al marcaje de territorio y es otro cantar.
Pude leer en su mirada la vergüenza por su exhibición, pero también
la disculpa y con toda claridad un: —«ya me gustaría hacerlo en casa, en la
intimidad, pero no me lo permiten».
El encuentro me despertó una interrogante: ¿Por qué no se ve
a ningún gato paseando la calle de mano de su dueño, o dueña, haciendo sus
necesidades mayores o menores? ¿Quién le ha dado el privilegio de la privacidad
del hogar? ¿Cuándo ganaron el cajón de arena, su váter distinguido?
No soy de tener perro o gato pese a que en mi familia de origen han convivido diversidad de bichos, incluso una zorra, en femenino porque era hembra, aparte de loros, canarios, pavos, borregos…cuando me alcanzó la razón llegué a pensar que mi padre era descendiente de Noé, pero me distraje con otras reflexiones y no llegué a profundizar.
En mi camino de vuelta, pensando que, si el mundo es
expresión de una mente universal, si constituimos una unidad pero podemos reflejarnos
de innumerables formas, concluí que el perro podría elegir ser gato en su próxima
existencia y tener su cajón de arena. Apreté el paso para ver si me cruzaba con
él y sugerírselo, pero frené en seco: —«Si este perro se trasmuta en gato seguro
que será el gato muerto de la paradoja de Schrödinger». Y desistí del consejo.