domingo, 25 de junio de 2017

Diversidad

Diversidad

Santos Rejas Rodríguez


̶  No diré que desde mi nacimiento, sería exagerar; pero sí que en los primeros años de vida ya sentí el cuerpo como ajeno. Perteneciente a otro ser. Incorpóreo, diría…Más tarde, con la llegada de la razón, tuvo lugar lo del género. Los en uso de la época no me identificaban. Los descubiertos más adelante, tampoco. Ni siquiera los intersexuales, transitorios o evanescentes. Así que con esa carga, o liviandad según se mire, comenzó mi andadura de vida.

Mis pasos me encaminaron al estudio de la bioquímica, física cuántica, antropología, filosofía existencial…hasta toparme con Plinio, el Viejo. Desde él, saltando de rama en rama, aterricé en la zoología: Aristóteles, Linneo, Lamarck, Mayr, Delmonte…y encontré mi universo: Sauria. Al hallar a los lepidosauromorfos sentí que había llegado a mis ancestros, al origen y fuente de quien soy; a mi familia vipérida, la que configura mi ser y fusiona mi sentir. Me siento, soy, un crótalo. Mis colmillos huecos, la foseta lateral, las escamas…y ese campanilleo y apetencia por presas de sangre caliente lo evidencian.



̶  Bien, por hoy terminamos la sesión. Puede incorporarse con suavidad y estirar los miembros.

̶  ¿Qué tal voy doctor?

̶  Progresando…

̶  Gracias. Hasta el jueves pues.

̶  Disfrute de la vida. ¡Tan diversa ella!

Pues eso.

domingo, 11 de junio de 2017

Meter las patas

Meter las patas

Santos Rejas Rodríguez

Soy de los de cruzar las piernas. Ignoro si es por genética, reflejo espontáneo o consecuencia de aquellos consejos, órdenes o advertencias que las ascendientes familiares –abuelas, tías, madres- con independencia del género y número, pero sí por el caso, es decir por ‘el si acaso’, nos hacían al inicio del pollear: «las piernas bien cerraditas». Así que los componentes de nuestra familia no somos de despatarre…en lo del sentar, claro.

Dicho lo anterior me adentro en el charco cenagoso del abrirse de piernas en boga y su inminente regulación, aunque quizás sea más acertado decir desregularización del aperturismo pernil; del practicado por el género masculino.
Usuario habitual del transporte público he observado, en efecto, a personas abiertas de piernas que ocupan su asiento y meten las patas, ambas por lo general, en los territorios colaterales. ¿Con la habitualidad de hacer necesario un indicativo urbi et orbi de «piernas cerraditas»? Si los expertos lo han considerado así, así debe ser.


Esperemos que los resultados sean más efectivos que los actuales de «asiento reservado» para señoras embarazadas, ancianos o personas con dificultades en la locomoción, que, salvo honrosas excepciones, no respeta ni dios. El personal se adentra en los vagones como si no hubiera un mañana para precipitarse al primer asiento libre. Una vez acogido en sagrado unos se enfrascan en el móvil, otros en el libro y el resto en sus musarañas interiores. Ninguno ve tripa de embarazo, muleta sustentadora o anciano inestable. O si lo ven, como don Tancredo en la plaza: estatua sedente.

Me pregunto el porqué con anterioridad –en la edad de piedra dirá algún lector- sin necesidad de indicativos ni reservas, se cedía de inmediato a embarazadas, lisiados o simplemente mayores de edad, el asiento. Y me pregunto de nuevo ¿por qué se ha perdido la costumbre? ¿Podría retornarse a ella? ¿No sería conveniente averiguar las causas y tratar de restablecer esas mínimas normas de convivencia? ¿El estudio exige un esfuerza neuronal del que  hoy se carece? ¿Esa incapacidad de los controladores sociales es lo que les ha llevado a proponer un muñequito más?

Lógicamente estoy en contra de que un ser humano limite e incomode el bienestar de otro. Pero cuestiono la eficacia del método que pretende regular el despatarre. De lo que sí estoy seguro es que el día de su inauguración, en la fotografía conjunta de los ingeniosos inventores, cada uno querrá presumir de «yo he sido el ocurrente» y todos lucirán la sonrisa habitual del «deber social cumplido» que tantas arcadas, incontenibles,  provocan. Al tiempo…

P.D.- Un mi amigo, sabedor del tema que iba a tratar, me ha rogado que proponga que entre los usuarios de los «asientos reservados» actuales se añada una imagen de permitir sentarse a personas espatarradas. Sufre una orquitis bilateral, insidiosa y contumaz. Reseñado queda, querido. Pero no sé yo si…

domingo, 4 de junio de 2017

¿Caduca el amor?

¿Caduca el amor?

Santos Rejas Rodríguez

Amodorrado por el calor sesteo en un parque arbolado sobre una cómoda silla de terraza. El sopor me impide concentrarme en la lectura del libro que me acompaña aunque lo mantengo abierto como escudo protector, sustituto de aquel cielo que cumplía esa función hasta el día en que, sin duda hastiado, nos abandonó a los caprichos del azar.

Rompe la placidez un dardo, en forma de frase, que atraviesa mi bruma haciendo diana mental: ̶  «Se han separado porque se les acabó el amor». Saciar mi curiosidad, escasa, para indagar la procedencia de lo dicho exigiría un esfuerzo incapaz de realizar, por lo que decido seguir en mi plácida postura de antiguo cochero.



La loca de la casa, el insidioso pensamiento, la rumiación obsesiva, todos ellos en conjura, trasmutados en pretenciosos tertulianos, opinan y debaten: ̶  « ¿Qué amor se les habrá acabado: el común, el individual, el propio?».  ̶  « ¿No será que el diálogo, la confidencia, el entendimiento en la mirada han perdido su brillo?».  ̶  « ¿O que el resplandor de la risa, de la sonrisa cómplice y fugaz, huyeron sin saber a dónde?». ̶  « ¿El silencio no compartido fue el pistoletazo de salida?».  ̶  « ¿O simplemente es que el amor, medido y pesado, tiene fecha de caducidad?». ̶  « ¿Se use o no?».

Una mosquita insignificante, alcohólica, se adentra en mi copa e interrumpe el guirigay. Retorno al libro abierto ante mis ojos. Huele a ácido fénico. Cada vez más. Y no sólo en Petrogrado... ¿Vivimos?