domingo, 22 de noviembre de 2020

Reflexiones sobre la vida

 

Reflexiones sobre la vida

 SANTOS REJAS RODRÍGUEZ

 

Hace años, muchos, leí una publicación en el periódico HOY, de Extremadura, titulada: 'Reflexiones sobre la muerte'. Mi primera reacción para responder a la misma fue visceral, emotiva, de compasión -en su significado de sentimiento de pena provocado por el padecimiento de su protagonista-, y deseos de remediarlo o evitarlo. Por aquellos entonces yo escribía semanalmente en dicho periódico una columna bajo el rótulo de ‘Palabras en la arena’ y, ahondando en la reflexión llegué a dos conclusiones: la inutilidad del deseo, al estar fuera de mi alcance cualquier tipo de remedio, y la escasa diferencia existente entre la situación del autor del artículo y cualquiera de sus lectores, incluido yo mismo.

 Esa mínima diferencia estribaba en que el lector no sabe a ciencia cierta cuándo morirá y quien escribió las reflexiones sobre la muerte, debido a su enfermedad y condición de médico, tenía un conocimiento muy aproximado sobre la suya. Pero el resultado es el mismo. No cabe alternativa. No pretendo teorizar sobre asunto tan serio ni mucho menos trivializarlo. Se trata de formular esta cuestión: si asumimos la muerte como hecho incontrovertible y dejamos a un lado las múltiples hipótesis sobre su trascendencia ¿qué nos queda?: La vida.

  Y sobre ella si podemos reflexionar con conocimiento de causa. Y buscar su sentido en ella misma. En su calidad. En una palabra: tratar de llenar de contenido la existencia, el día a día, el minuto a minuto, con vivencias, afectos, ilusiones, hechos… No dejando que transcurra anodinamente como si nuestro tiempo fuera infinito para realizar aquello que siempre hemos apetecido y nunca materializado.

 Me confesaba un amigo que si supiera que iba a morir en fecha próxima llevaría a cabo unos planes de vida  que desde hace años tiene en mente y nunca se ha decidido a desarrollar por razones convencionales. Perdóname la expresión, amigo, pero ¡qué estupidez! ¡qué pérdida de tiempo; qué perdida de vida!, tuya, mía y de otros muchos seres humanos. ¡Si tenemos fecha fija! Si en el caso de la vida humana nunca mejor aplicado el dicho de "no dejes para mañana...”

 


Cuando vamos al cine o leemos un libro, lo que verdaderamente nos suele Interesar es su contenido, el desarrollo, la riqueza del tema, la dinámica de los personajes, los matices, los coloridos, sus venturas y desventuras, sus amores y desamores. Casi nunca nos fijamos en la palabra fin, excepto en algunas de misterio para saber su desenlace. Pues hagamos lo mismo con nuestra historia. Ocupémonos más del contenido que del final (que no tiene ningún suspense porque siempre es el mismo). Dejemos en paz a la muerte. Llegará de todos modos, pero con una diferencia: si hemos realizado nuestro destino será un proceso natural; si nos hemos despreocupado de vivir, nos atenazará la angustia por el tiempo perdido, ya irrecuperable. Y aquí es donde radica la tragedia, no en la muerte, sino en la vida no vivida, perdida.

 No sé por qué aquellas palabras que escribí ‘sobre la arena’ me han sido devueltas ahora, en esta época de incertidumbre… quizás, porque pese a todo, sigue estando presente la vida y es obligación vivirla. 

Pues eso.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Las de entonces, las de ahora

 

Las de entonces, las de ahora

Santos Rejas Rodríguez

Estaba (yo) releyendo a Aristófanes cuando me vino a la memoria una anécdota vivida con mi madre. Ignoro si la llave de apertura fue un olor, color, sonido o, simplemente que camino a paso lento, pero sin pausa, hacia un abuelo Cebolleta contador de batallas de un pretérito bastante imperfecto.

Sea la causa estimular la que fuera me sentí transportado, virtualmente, a una mañana soleada de otoño al parque de Cánovas de Cáceres. Y en concreto a una terracita bajo arboleda del Kiosco Colón. La charla que tuviéramos entre nosotros se vio interrumpida por el saludo que una señora hizo a mi madre. He olvidado el contenido de las palabras que cruzaron, pero sí recuerdo con viveza los comentarios que sobre la saludadora hizo mi madre nada más alejarse de nuestra vera.

- ¡Qué mujer, hijo! ¡De las de quitarse el sombrero cuando pasa! (He de añadir que mi madre, en su tiempo de moceo, utilizó sobrero, de estilo cordobés, y le quedaba prendado). -Se quedó viuda muy joven, con cuatro criaturas y escasa pensión por no decir ninguna. Los ha sacado a todos adelante peleando con uñas y dientes, cosiendo de casa en casa y trabajando de sol a amanecer…y siguió informando de las carreras que habían hecho los hijos con becas-salario y otras cuestiones mientras yo miro con detenimiento a la aludida mientras se aleja. -¡Qué fortaleza, hijo! Tirando para adelante sin desfallecer y, siempre, con una sonrisa en los labios, remató mi madre.


Miro a mi madre, a su flor entre el pelo; quiero decirle que ella también podría condecorarse con todos los atributos que acaba de poner sobre la mujer que ya he perdido de vista, y que, a mi juicio, son consustanciales a legiones de madres que en aquellos tiempos, y puede que también en este, no tienen ni puta idea, con perdón, del significado de resiliencia, pero sí el de ˂tirar para adelante˃ porque es lo que hay y no queda otra. Cuando mi boca está a punto de abrirse para decírselo una mujer, vendedora de flores, pregona un: ¡’craveles’ ¡tengo ‘craveles’! que, sin saber por qué, me estremece los tuétanos.

Y aquí lo dejo.

PD. - A todas las madres que están. A las que se fueron, pero siguen ahí. Y a ti, Nines, con todo mi cariño.