domingo, 28 de mayo de 2017

¿Un paréntesis?

¿Un paréntesis?

Santos Rejas Rodríguez

Schopenhauer, además de misógino y filósofo, fue profesor de la Universidad de Berlín. En el inicio de uno de sus cursos formuló esta pregunta a sus alumnos: —¿Quisiera saber si alguno de ustedes conoce mi ensayo «La influencia de la mentira en las relaciones humanas»? Se levantaron muchas manos. Schopenhauer, sin perder la compostura, exclamó: —Bien. Ahora sé que puedo tratar este tema con conocimiento de causa…jamás he escrito ese ensayo.

Han transcurrido un par de siglos desde entonces y, sin duda, veinte con anterioridad hasta llegar a la pregunta del profesor. Y la mentira sigue influyendo, y presidiendo, las relaciones entre humanos: economía, política, religión, familia, pareja…inundación total. ¿Y presumir de la ignorancia? Basta con escuchar un instante a los «expertos tertulianos», comodines del saber, para salir de dudas.


¿Si desapareciera la mentira, el falso saber, el disimulo y el mirar de lado, o a otro lado…se modificarían las relaciones entre humanos? ¿Para mejor?

Soy uno más de los átomos que decidió sacudirse la Nada para ser mortal. ¿Un acierto, me digo, haber cambiado la eternidad sideral –en donde la mentira no tiene asiento- por la fugacidad mundana? ¿Es posible el cambio de sentido y lo pasado, pasado? ¿Es la vida un simple paréntesis en la Nada? ¿O la gran mentira entre la Nada y nada?

¡Uf, qué calores!

Impropios de la época…dicen.

sábado, 20 de mayo de 2017

Intimidades

Intimidades

Santos Rejas Rodríguez


Que las intimidades son para compartir con los más allegados o en la consulta del psicólogo, lo sé. Pero también, profesionalmente, suelo aconsejar que aquello que atenaza y atosiga los interiores se escriba. Plasmado en el papel los problemas suelen diluirse como nieve al sol…siempre que no sean eternas.

Siguiendo la máxima de «cura te ipsum» transcribo aquí y ahora, sobre este papel, la decisión tomada: ¡La he dejado! Y para siempre. Hay relaciones que parece llegarían  a buen puerto. Sorprende entonces que tras un inicio, satisfactorio por ambas partes, de repente surjan desavenencias que parecen insalvables. Romper una relación es un acontecimiento traumático que merece recurrir, antes de llevarlo a cabo y no ser tachado de inconsciencia reprobable, al consejo de un experto.

Así que, aprovechando la buena sintonía con la vendedora de unos grandes almacenes, a la vez que adquiría una sartén, le comenté el problema. Mujer versada y madura, me dio opinión y consejos que decidí seguir al pié de la letra. Un segundo dictamen, me dije, reforzará la decisión. A una agradable reponedora del supermercado la hice partícipe, pues,  de mi desavenencia. Más joven que la anterior, pero a todas luces más experimentada, me aconsejó paciencia, utilizar la mano izquierda y añadir un método, según ella, eficaz y salvífico para casos semejante.

He seguido ambas directrices, puesto gran voluntad y entusiasmo. ¡Fracaso total!
Tras más de media hora utilizando la plancha, «centro de planchado inteligente», la «mano izquierda para estirar» y el «planchado fácil», la camisa ha persistido en mantener sus arrugas y dobleces. Quitar una y marcarse otra más profunda y aguzada, un continuo. Tanto en la pechera como en la espalda. De las mangas, largas, ni mención siquiera.
Así que tras aquella primera y satisfactoria puesta de estreno, he roto definitivamente con ella. La tolerancia y comprensión tiene sus límites.

Tomada la decisión, calmado el ánimo, vuelto lo del pensar por dentro, me he inquirido sobre la causa de la causa y dicho: ¿No será que como me dijo un conocimiento, fugaz e irrepetible, el verde no es mi color? ¿Merecería la pena, y el esfuerzo, dar la oportunidad a otra prenda de color diferente? ¿De manga corta?

En superando el trauma, veré.

sábado, 13 de mayo de 2017

Rosquillas

Rosquillas

Santos Rejas Rodríguez

Acudo a comprar el pan nuestro de cada día, aunque en ocasiones no lo adquiera a diario y sea de un día para otro. Guardando turno en la cola entretengo la mirada recorriéndola por la vitrina en la que se exhiben las «rosquillas del santo»; las de San Isidro, madrileño patrón.
Rótulos en cada bandeja las identifican: «Francesas, Santa Clara, Listas y Tontas». Todas ellas recubiertas por una capa rugosa, supongo que de azúcar glaseada, o como se diga, y de atractivos colores: blanco brillante, vainilla reluciente, amarillo soleado…bueno, todas no. «Las Tontas» están sin recubrir, desnuditas ellas, podría decirse; y su color, marrón desvaído, carente de luz propia.



Turno de pedir. Mi panadera favorita me alarga la barra de pan al tiempo que pregunta si quiero rosquillas: ̶ Una de cada, contesto. Mientras las va introduciendo en la bolsa, y con objeto de rellenar el silencio, suelto lo primero que se me ocurre, como en sillón psicoanalítico: ̶ Las tontas, al no tener capa externa deberían ser más baratas que las  demás, digo. Con una sonrisa encantadora responde mi panadera: « ̶  Cuestan igual porque pesan menos». ̶ Ah, contesto. Y para aliviar mi sonrojo, añado: ̶ ¿Y a qué saben? « ̶ A nada, son simplonas».

Haciendo camino voy pensando: «No tienen capa externa, pesan menos, no saben a nada…pero cuestan igual que las listas» y me debato entre: « ¡serán tontas!» y « ¿serán tontas?». Al llegar a casa observo que he pellizcado el pan. Por ambos picos. A lo tonto, claro. ¡Ay, ese inconsciente!

(Pd.- Mi padre era uno de mis más fieles lectores. En ocasiones me decía: «Hijo, me gusta lo que escribes pero a veces no entiendo lo que quieres expresar». «Léelo tal cual y disfruta» le respondía yo, «y deja para psicólogos y psiquiatras lo del sacar las absurdas y divertidas interpretaciones de que son capaces». Pues eso).

sábado, 6 de mayo de 2017

Macron

Macron

Santos Rejas Rodríguez

Intuí, no era difícil el pronóstico ni necesario ser adivino o psicólogo, que conseguir en mí barrio una mesa de terraza sería tarea costosa: ¡juega el atlético!  Por ello me he adelantado con tiempo más que suficiente a la cita de aperitivo compartido.
Conseguido el objetivo, estiraba las piernas y relajaba los hombros a la vez que me iba a embutir los auriculares para entretener la espera con música, cuando me llegó, desde la mesa de al lado, el nombre de Macron.

He de confesar que «puse oreja». Me picó la curiosidad por saber la opinión sobre la política francesa desde esta orilla del Manzanares. Mi gozo al pozo: «su mujer es veinte años mayor que él», «la diferencia de edad, fracaso seguro de pareja», «interés económico por medio»…Me calcé a toda prisa los auriculares y, saboreando un vino de la rioja, me dispuse a disfrutar la espera.

Diana Krall oficia de terapeuta y me conduce, ya calmado el sarpullido del picor, a rumiar sobre lo escuchado: ¿la igualdad de edad en la pareja garantiza la estabilidad? ¿Y la felicidad? ¿El fracaso proviene que uno u otra, u otra y uno, tengan diferentes edades? ¿Cuántos años arriba o abajo? Si la relación de Macron fracasa en algún momento tras, creo, más de veinte años que lleva junto a su pareja ¿le habrá merecido la pena? ¿Pensará que mejor no haber tenido esos años de felicidad?



Hago una pausa, bebo un sorbo de vino, miro hacia los ocupantes de la  mesa de al lado y me pregunto: ¿Se puede ser feliz, inmensamente feliz, en relaciones de incierta duración y edades diferentes?  ¿La edad pareja es garantía de estabilidad? ¿La edad y el tiempo son las varas de medir la felicidad?

Desenchufo los auriculares porque ha llegado el momento de compartir el aperitivo con una persona amiga... ¿De qué edad? Je, je ¡Curiosones! ¡Aúpa Atlético!