Rosquillas
Santos Rejas Rodríguez
Acudo a comprar el pan nuestro de cada día, aunque
en ocasiones no lo adquiera a diario y sea de un día para otro. Guardando turno
en la cola entretengo la mirada recorriéndola por la vitrina en la que se
exhiben las «rosquillas del santo»; las de San Isidro, madrileño patrón.
Rótulos en cada bandeja las identifican: «Francesas,
Santa Clara, Listas y Tontas». Todas ellas recubiertas por una capa rugosa,
supongo que de azúcar glaseada, o como se diga, y de atractivos colores: blanco
brillante, vainilla reluciente, amarillo soleado…bueno, todas no. «Las Tontas» están
sin recubrir, desnuditas ellas, podría decirse; y su color, marrón desvaído,
carente de luz propia.
Turno de pedir. Mi panadera favorita me alarga la
barra de pan al tiempo que pregunta si quiero rosquillas: ̶ Una de cada,
contesto. Mientras las va introduciendo en la bolsa, y con objeto de rellenar
el silencio, suelto lo primero que se me ocurre, como en sillón psicoanalítico:
̶ Las tontas, al no tener capa externa deberían ser más baratas que las demás, digo. Con una sonrisa encantadora
responde mi panadera: « ̶ Cuestan igual
porque pesan menos». ̶ Ah, contesto. Y para aliviar mi sonrojo, añado: ̶ ¿Y a
qué saben? « ̶ A nada, son simplonas».
Haciendo camino voy pensando: «No tienen capa
externa, pesan menos, no saben a nada…pero cuestan igual que las listas» y me
debato entre: « ¡serán tontas!» y « ¿serán tontas?». Al llegar a casa observo
que he pellizcado el pan. Por ambos picos. A lo tonto, claro. ¡Ay, ese
inconsciente!
(Pd.- Mi padre era uno de mis más fieles lectores. En
ocasiones me decía: «Hijo, me gusta lo que escribes pero a veces no entiendo lo
que quieres expresar». «Léelo tal cual y disfruta» le respondía yo, «y deja
para psicólogos y psiquiatras lo del sacar las absurdas y divertidas
interpretaciones de que son capaces». Pues eso).
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