jueves, 25 de junio de 2015

Cuando no hay palabras

Cuando no hay palabras

Santos Rejas Rodríguez

O las palabras no se dejan encontrar, y las que se encuentran se materializan en sonidos que sabes inútiles, aunque intentas disimularlo tras la mascarilla con que disfrazas la boca y hace invisible el tembloroso tic de los labios.

Acudes con la predisposición de servir: ‘Con la vera a que me obliga el ser quien soy, ora remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla…’ por expresarlo en palabras de Cervantes puestas en boca de don Quijote…



 La mascarilla oculta la boca que, en torrentera, va desgranando palabras con la intención desesperada de taponar silencios o impedir interrogantes. Pero todo antifaz deja al descubierto los ojos. Y por ellos penetra la mirada, en sonda, del receptor de la inútil oratoria. Mirada en la que, sin necesidad de articular sonido alguno, pueden leerse también palabras de Cervantes: ‘sé que mi desventura tiene cerradas las puertas a todo género de consuelo…’ y al mismo tiempo que cincela la frase, mi mano recibe el abrazo de la suya y una ola cálida atraviesa el guante de látex abriéndose camino hasta lo hondo.

En la soledad del blanco pasillo de salida, los dedos –torpes- se demoran con paciencia infinita en destrenzar los nudos de la mascarilla que sigue cubriendo la boca, quizás para impedir que surja algún sollozo que tome el relevo de las palabras…


(Para C., que ya habrá impregnado de bondad el lugar  donde se encuentre)

domingo, 21 de junio de 2015

AMOR...y desasosiego

Amor…y desasosiego

Santos Rejas Rodríguez

Amor hallado, amor perdido ¿Cuál de ellos causa mayor desasosiego? Me refiero al amor que Ortega, don José, calificó de ‘estado de miseria mental’, el que pone orejeras a la vida, al entendimiento, para no dejar ver ni sentir nada más allá de Ella, de Él, porque es su principio y su fin.

El amor hallado es el que habita en el aquí y ahora, el que genera ansiedad incontrolable cuando el ser amado se aleja más allá de la zona de seguridad, o sea, del alcance de la mano. El que invade el alma de miedos ante la sola idea de abandono o pérdida, el que provoca ensueños de sonrisas indescriptibles y chispear de ojos que iluminan el caminar…

El amor perdido,  el que nunca morirá, es el que late para siempre en lo eterno; en el más allá inalcanzable para la mano y el suspiro o la lágrima; el que acongoja el alma, o como se llame eso que tanto duele en lo hondo y que ningún especialista ha encontrado su ubicación ni analgésico que lo calme. Es el amor del no retorno y que tantos deseos genera de seguir su camino; el que mantiene despierto hasta los amaneceres teñidos de añoranza y culpa…




De ellos, ¿cuál puede decir: ¡yo más! respondiendo a la pregunta inicial?

La vocecilla sabionda detiene mi análisis con un ¡qué felices quienes no gozan o padecen ni uno ni otro! Y con cierta maldad, quizás como castigo a su interrupción, contesto: Esos, si en sus interiores pastorea el anhelo de amor, puede que estén aún peor…


Y sin dar tiempo a réplica y murmurando para mí un: ‘vaya empiece de verano’, me adentro presuroso en unos grandes almacenes -el Corte Inglés, claro- para atemperar ansiedades…

miércoles, 17 de junio de 2015

A la americana...casi

A la americana…casi

Santos Rejas Rodríguez

Regresando desde ninguna parte a mi casa entretenía el tiempo de trayecto tomando unas notas en mi cuaderno. Al aproximarse el tren a una estación se quedó libre el asiento contiguo y, dado que el vagón iba prácticamente vacío, fui a depositar sobre él la mochila para escribir con mayor comodidad. En la acción, del bolígrafo que portaba en la mano, salió disparada la barra y el muelle, chocando ruidosamente contra el respaldo. La mujer que hacía unos instantes lo ocupaba y esperaba ante la puerta la llegada del metro a su estación, me miró: -Menos mal que ya te habías levantado, dije. –No hubiera pasado nada, como mucho una pequeña mancha de tinta, contestó con sonrisa de caramelo. –Pero se podía interpretar como agresión… en los tiempos que corren… repliqué. –Para nada, dijo ella, nunca se me hubiera ocurrido.

 Y las miradas de ambos quedaron enganchadas…



Y aquí el ‘casi’ del título: En América, o sea en USA, o al menos en NY, el hombre se hubiera bajado también en esa estación, o a la mujer se le hubieran cerrado las puertas sin darle tiempo a salir…U otra de las reacciones que hemos visto cuando suceden los fortuitos encuentros que allí se dan en grandes almacenes, librerías e incluso en un paso de peatones

Yo me quedé pasmado en mi asiento, recomponiendo las piezas del bolígrafo, mientras la mujer de sonrisa dulce  y mirada intensa, y también viceversa, se alejaba por el andén.

Llegado a mi estación, y mientras encaminaba mis pasos a la panadería, una vocecilla interior me decía: más vale que el encuentro vaya a nutrir el mundo del pudo ser, de ese donde quizás esté vagando el amor perdido, a que cristalizara en un desamor del mundo real…vocecilla de escasa convicción, claro.


jueves, 11 de junio de 2015

DE LA FIDELIDAD Y TAL...

DE LA FIDELIDAD Y TAL…

Santos Rejas Rodríguez

Pedaleaba yo al ritmo de los dos amantes dándose quejas, preguntándome si la queja provenía de ella, de él o era recíproca. Si el uno le reprochaba a la otra que le había olvidado sin haberse muerto y ella, a su vez, se lo recriminaba a él, o sea que ambos habían perdido la memoria de lo prometido ¿a qué el conflicto?
No quiero pensar, me añadí, que lo que verdaderamente se ventilaba era la muerte del otro, del que hubiera olvidado primero el querer sin haberse ido de este mundo de amores verdaderos.

No llegaba a ninguna conclusión satisfactoria pero, cuando me acercaba a la meta virtual que diariamente me propongo, el mecanismo mágico de la asociación de sucesos saltó la barrera protectora de las meninges y reprodujo la conversación escuchada la noche anterior, en la terraza donde me tomaba un zumo de naranja, mejorado con una generosa dosis de vodka, a tres jóvenes veinteañeros.




La chica informaba al grupo que una pareja amiga acababa de romper tras una relación de tres años. El chico más bajo, con cara de asombro, preguntó: ¿y eso? ‘Porque Isa conoció hace tiempo a un chico y se estaba viendo con él’. O sea, volvió a intervenir el bajo entre indignación y asombro: ¡¿Que le estaba poniendo los cuernos?!
¡¡Imposible!! Intervino el otro chico, el más fornido: ‘No puede ser’. Isa no puede llevar tiempo con otro. Cuando llevas tres años con una persona la conoces tanto y tan bien que Fino se hubiera dado cuenta al instante, el mismo día de ocurrir. Esas cosas no pueden disimularse…’

Se produjo un silencio espeso, de costoso masticar y difícil deglutir, hasta que la chica, mirando a ambos y esbozando una sonrisa indescifrable, musitó un ‘ya, ya’ nervioso, apurando su copa.

En contra de mi costumbre pedí otro vodka, Stoli en ausencia de Purity. Esta vez sin naranja, muy frío, casi helado…


lunes, 8 de junio de 2015

Dilema: Gorra o casco...

Gorra o casco…el dilema

Santos Rejas Rodríguez

A la hora de salir esta mañana muchas dudas: ¿gorrilla de visera o casco? Me dije que podía llevar ambos: la gorrilla puesta y el casco en la bolsa que siempre llevo en previsión de compra. Esto me obligaba, claro, a portar en la mano la bolsa en lugar de llevarla prendida a la cintura. Así que al final la gorrilla de visera a la cabeza y el casco en el perchero.


No podía evitar, ya en el autobús, ir diciéndome ¿y si me topo con una de esas obras en las que no dejan ni mirar si no llevas el casco puesto? De la duda metódica me sacó la conversación que mantenían los viajeros frente a mi asiento. Él luciendo un impecable desdentado de los años noventa. Ella la delgadez de la pasarela Embajadores.

 ‘Que sí tía, que se enrolla’ ‘Al Isidoro, el abuelo, le dio un permiso cuando cumplía una ruina en Carabanchel…’ ‘Y no volvió… que ya me lo has contado…’ contestó ella. ‘Porque estaba con el caballo, se cogió un ciego y no pudo…’ Pero cuando yo me curraba el tercer grado en los juzgados al pasar saludaba…y al Monchi y al Enrique les regaló unos pantalones vaqueros… ‘ ‘Que sí, tronco, que ya me lo has contado también muchas veces, pero ya verás como la Carmena esa no nos pone autobuses para la cunda, como tú dices, que la gente cuando pilla cambia, y si pilla mucho cambia mucho…y cuando el desdentado iba a responder, ella, mirándole de frente, dijo: ¿o no cambiamos nosotros cuando pillamos?

Y mientras se descojonaban de risa me calé firmemente la gorrilla de visera, me bajé del autobús y fuime en busca de la obra del día…opus dei, que la llaman algunos.


(A Gabriel, mi amigo, a tiro de piedra del disfrute de gorra y casco)