Cuando no hay palabras
Santos Rejas Rodríguez
O las palabras no
se dejan encontrar, y las que se encuentran se materializan en sonidos que
sabes inútiles, aunque intentas disimularlo tras la mascarilla con que disfrazas
la boca y hace invisible el tembloroso tic de los labios.
Acudes con la
predisposición de servir: ‘Con la vera a que me obliga el ser quien soy, ora
remediando vuestra desgracia, si tiene remedio, ora ayudándoos a llorarla…’ por
expresarlo en palabras de Cervantes puestas en boca de don Quijote…
La mascarilla oculta la boca que, en
torrentera, va desgranando palabras con la intención desesperada de taponar
silencios o impedir interrogantes. Pero todo antifaz deja al descubierto los
ojos. Y por ellos penetra la mirada, en sonda, del receptor de la inútil oratoria.
Mirada en la que, sin necesidad de articular sonido alguno, pueden leerse
también palabras de Cervantes: ‘sé que mi desventura tiene cerradas las puertas
a todo género de consuelo…’ y al mismo tiempo que cincela la frase, mi mano
recibe el abrazo de la suya y una ola cálida atraviesa el guante de látex
abriéndose camino hasta lo hondo.
En la soledad del
blanco pasillo de salida, los dedos –torpes- se demoran con paciencia infinita
en destrenzar los nudos de la mascarilla que sigue cubriendo la boca, quizás
para impedir que surja algún sollozo que tome el relevo de las palabras…
(Para C., que ya habrá
impregnado de bondad el lugar donde se
encuentre)