miércoles, 23 de diciembre de 2020

HALLEGADOS

 

HALLEGADOS

Santos Rejas Rodríguez

 

Alguna de mis reseñas biográficas comienza: ˂extremeño con residencia en Madrid…˃ porque con ligeros paréntesis mi transcurrir de vida ha estado a caballo entre ambas comunidades. Mi raíz es extremeña, de nacencia, como me la hizo sentir mi entrañable amigo y paisano Jesús Delgado Valhondo quien hace años decidió irse a recitar su poemario a un más allá inexplicable.

Año tras año, próximas las fechas que ahora transitamos, las de Navidad, bien en Auto Res o en aquel Lusitania Exprés, el tren de los grandes expresos europeos que partiendo desde la estación de las Delicias llegaba hasta Lisboa haciendo parada en Cáceres, yo acudía al cobijo de mi hogar familiar.

No he sido de avisar de mis idas o venidas, ni mis horas de llegada. Me ha gustado la sorpresa y no me ha ido mal. Quiero decir que no he sufrido ninguna desagradable por presentarme de improviso…ejem. Por esta circunstancia, y por razones laborales o de otra índole, era frecuente que no estuviera mi padre en casa. Mi madre sí, unas veces porque me presentía…o yo la había puesto en antecedentes.



En esos casos, en los de ausencia de mi padre, sin casi dar tiempo a meter la maleta en mi habitación y mucho menos a hacer caso al mandato de mi madre de ˂hijo come algo˃, sonaba el teléfono. Al ˂Diga, diga˃, de Curro, nuestro loro, que por aquel entonces cumplía sus veintitantos años de estancia en la familia, descolgaba mi madre mientras decía: ˂será tu padre, es la tercera vez que llama˃, y a la pregunta de: ¿˂Ha llegado Santos? ˃, respondía mi madre: ˂Sí, ha llegado˃, mientras me alargaba el teléfono.

Cuando se dictaron las normas para viajar en estas fechas y se limitó la libre circulación a familiares y ˂ha llegados˃ no tuve que pedir aclaración sobre el término. También supe que no iba conmigo. Que Curro, nuestro loro, murió hace años, bien cumplidos los cuarenta, y no va a emitir su ˂diga, diga˃ porque tampoco hay teléfono que suene, ni mi madre responderá ˂Santos ya ha llegado˃ ni desde el otro lado de la eternidad mi padre preguntará por mí…Aunque en mi interior yo siga escuchándolo.

Pues eso, snif, snif.

domingo, 22 de noviembre de 2020

Reflexiones sobre la vida

 

Reflexiones sobre la vida

 SANTOS REJAS RODRÍGUEZ

 

Hace años, muchos, leí una publicación en el periódico HOY, de Extremadura, titulada: 'Reflexiones sobre la muerte'. Mi primera reacción para responder a la misma fue visceral, emotiva, de compasión -en su significado de sentimiento de pena provocado por el padecimiento de su protagonista-, y deseos de remediarlo o evitarlo. Por aquellos entonces yo escribía semanalmente en dicho periódico una columna bajo el rótulo de ‘Palabras en la arena’ y, ahondando en la reflexión llegué a dos conclusiones: la inutilidad del deseo, al estar fuera de mi alcance cualquier tipo de remedio, y la escasa diferencia existente entre la situación del autor del artículo y cualquiera de sus lectores, incluido yo mismo.

 Esa mínima diferencia estribaba en que el lector no sabe a ciencia cierta cuándo morirá y quien escribió las reflexiones sobre la muerte, debido a su enfermedad y condición de médico, tenía un conocimiento muy aproximado sobre la suya. Pero el resultado es el mismo. No cabe alternativa. No pretendo teorizar sobre asunto tan serio ni mucho menos trivializarlo. Se trata de formular esta cuestión: si asumimos la muerte como hecho incontrovertible y dejamos a un lado las múltiples hipótesis sobre su trascendencia ¿qué nos queda?: La vida.

  Y sobre ella si podemos reflexionar con conocimiento de causa. Y buscar su sentido en ella misma. En su calidad. En una palabra: tratar de llenar de contenido la existencia, el día a día, el minuto a minuto, con vivencias, afectos, ilusiones, hechos… No dejando que transcurra anodinamente como si nuestro tiempo fuera infinito para realizar aquello que siempre hemos apetecido y nunca materializado.

 Me confesaba un amigo que si supiera que iba a morir en fecha próxima llevaría a cabo unos planes de vida  que desde hace años tiene en mente y nunca se ha decidido a desarrollar por razones convencionales. Perdóname la expresión, amigo, pero ¡qué estupidez! ¡qué pérdida de tiempo; qué perdida de vida!, tuya, mía y de otros muchos seres humanos. ¡Si tenemos fecha fija! Si en el caso de la vida humana nunca mejor aplicado el dicho de "no dejes para mañana...”

 


Cuando vamos al cine o leemos un libro, lo que verdaderamente nos suele Interesar es su contenido, el desarrollo, la riqueza del tema, la dinámica de los personajes, los matices, los coloridos, sus venturas y desventuras, sus amores y desamores. Casi nunca nos fijamos en la palabra fin, excepto en algunas de misterio para saber su desenlace. Pues hagamos lo mismo con nuestra historia. Ocupémonos más del contenido que del final (que no tiene ningún suspense porque siempre es el mismo). Dejemos en paz a la muerte. Llegará de todos modos, pero con una diferencia: si hemos realizado nuestro destino será un proceso natural; si nos hemos despreocupado de vivir, nos atenazará la angustia por el tiempo perdido, ya irrecuperable. Y aquí es donde radica la tragedia, no en la muerte, sino en la vida no vivida, perdida.

 No sé por qué aquellas palabras que escribí ‘sobre la arena’ me han sido devueltas ahora, en esta época de incertidumbre… quizás, porque pese a todo, sigue estando presente la vida y es obligación vivirla. 

Pues eso.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Las de entonces, las de ahora

 

Las de entonces, las de ahora

Santos Rejas Rodríguez

Estaba (yo) releyendo a Aristófanes cuando me vino a la memoria una anécdota vivida con mi madre. Ignoro si la llave de apertura fue un olor, color, sonido o, simplemente que camino a paso lento, pero sin pausa, hacia un abuelo Cebolleta contador de batallas de un pretérito bastante imperfecto.

Sea la causa estimular la que fuera me sentí transportado, virtualmente, a una mañana soleada de otoño al parque de Cánovas de Cáceres. Y en concreto a una terracita bajo arboleda del Kiosco Colón. La charla que tuviéramos entre nosotros se vio interrumpida por el saludo que una señora hizo a mi madre. He olvidado el contenido de las palabras que cruzaron, pero sí recuerdo con viveza los comentarios que sobre la saludadora hizo mi madre nada más alejarse de nuestra vera.

- ¡Qué mujer, hijo! ¡De las de quitarse el sombrero cuando pasa! (He de añadir que mi madre, en su tiempo de moceo, utilizó sobrero, de estilo cordobés, y le quedaba prendado). -Se quedó viuda muy joven, con cuatro criaturas y escasa pensión por no decir ninguna. Los ha sacado a todos adelante peleando con uñas y dientes, cosiendo de casa en casa y trabajando de sol a amanecer…y siguió informando de las carreras que habían hecho los hijos con becas-salario y otras cuestiones mientras yo miro con detenimiento a la aludida mientras se aleja. -¡Qué fortaleza, hijo! Tirando para adelante sin desfallecer y, siempre, con una sonrisa en los labios, remató mi madre.


Miro a mi madre, a su flor entre el pelo; quiero decirle que ella también podría condecorarse con todos los atributos que acaba de poner sobre la mujer que ya he perdido de vista, y que, a mi juicio, son consustanciales a legiones de madres que en aquellos tiempos, y puede que también en este, no tienen ni puta idea, con perdón, del significado de resiliencia, pero sí el de ˂tirar para adelante˃ porque es lo que hay y no queda otra. Cuando mi boca está a punto de abrirse para decírselo una mujer, vendedora de flores, pregona un: ¡’craveles’ ¡tengo ‘craveles’! que, sin saber por qué, me estremece los tuétanos.

Y aquí lo dejo.

PD. - A todas las madres que están. A las que se fueron, pero siguen ahí. Y a ti, Nines, con todo mi cariño.

domingo, 18 de octubre de 2020

Drama o tragedia, esa es la elección

 

Drama o tragedia, esa es la elección

Santos Rejas Rodríguez

Estudié el bachillerato en un instituto. Avanzado para la época, debo añadir, porque superado el elemental (cuarto curso y reválida) y en el fogoso inicio de la adolescencia de entonces, la de ‘quince años tiene mi amor’, las clases eran mixtas. Alumnos y alumnas, chicos y chicas, juntos y en armonía, compartíamos aula. Quizás, por esa circunstancia, se denominaba ‘bachiller superior’ al ciclo que comprendían los cursos quinto, sexto y preuniversitario.

Un pero: Pese a esta característica por aquel entonces tan libertaria, el instituto estaba sometido a la influencia del nacional catolicismo imperante. Llegada la ‘pascua florida’ había que doblegarse a los llamados ejercicios espirituales, cuya descripción no es asunto de este aquí. Sí tengo que confesar que algunas de las prédicas recibidas en dichos ejercicios del allí, acojonaban, con perdón, pero es que acojonaban, al menos a los chicos; a las chicas no sé qué expresión utilizar para el sentir de sus miedos. Los “no te mires, no te toques…es pecado mortal. Hay besos que también lo son y, si mueres sin confesión vas de cabeza al infierno por toda la eternidad”.

Me acongojaba más lo de “por toda la eternidad” que el infierno. La idea de un infinito sin fin no tenía hueco en mi mente. Sigo igual.

¿Era o no cierto lo de ir al infierno? No hay evidencia científica que lo demuestre, pero la información, la advertencia para navegantes-adolescentes ahí quedó y, para algunos, en forma de trauma para toda la vida, o sea para su eternidad del vivir.


Llegamos al momento histórico del aquí y ahora, la época del Covid-19. La prédica ha cambiado: “Lávate las manos, usa mascarilla, guarda la distancia, no hagas grupos…porque si no cumples las normas puedes morir”. Diferencia con la letanía de los ejercicios espirituales: ¡que este discurso sí tiene soporte científico!

La elección, pues, es cumplir o no cumplir lo que científicamente se predica. Quien no hace caso, se contagia y muere, con su pan se lo coma, ha sido su decisión. Suicida, claro. Drama impropio porque hay muerto, pero ha sido por propia mano. Posiblemente sucia.

 Ahora bien, si este mismo ciudadano o ciudadana, adolescente o adulto, sabedor de las normas a seguir, las incumple por su santa voluntad, se infecta y contagia a un ser humano causándole la muerte el drama pasa a tragedia. Puede que por haber matado a un prójimo no vaya al infierno, pero sí, por homicida, tiene que ir a la cárcel. Si no por toda la eternidad, al menos por una temporada. Larga.

sábado, 3 de octubre de 2020

Las tinieblas y...

 

Las tinieblas y…

Santos Rejas Rodríguez

El título de la digresión que sigue es parte de lo último publicado bajo el nombre de Kent Follet, Las tinieblas y el alba. He tenido que contener las ganas de poner por título ˂Las tinieblas y el despertar de Ama Rosa˃.
Para los lectores, y lectoras, que no sepan de qué va lo de Ama Rosa, o sea prácticamente el cien por cien, les traslado una breve reseña de lo que informa sobre esta Ama la Wikipedia:

Entre los seriales de mayor éxito emitidos en España, entre los años cuarenta y sesenta, destacó Ama Rosa. La trama de este serial radiofónico narra las desventuras del personaje principal, Rosa Alcázar, una viuda que ante una muerte inminente decide dar a su hijo en adopción. Lo deja en manos de una familia adinerada, los De la Riva, una pareja que acababa de perder a su bebé. El médico, Rosa, y el marido de la mujer deciden mantener esta adopción en secreto a fin de que la mujer no se entere de que acaba de perder a su hijo al darlo a luz. A cambio, Rosa es contratada como "ama" de la casa, y podrá ver a su hijo todos los días, con la condición de que nunca desvele la identidad de la madre. Ama Rosa finalmente no muere, y durante todo este tiempo tiene que aguantar los desprecios de su hijo, un joven adinerado y malvado, que la trata como una sirvienta. No será hasta el final del serial, cuando el joven esté en su lecho de muerte cuando descubra que Ama Rosa es en realidad su madre.



¿Se han hecho una idea? Cuando yo era niño, muy niño, pero ya con ciertas entendederas, veía a mi abuela, Catalina, o algún miembro mayor de la familia o amistades pegados a la radio escuchando el serial, solía decir: ¿dándole al culebrón? Pues en ˂esta alba˃ debo rectificar: era una culebrilla, el culebrón es lo que ha endilgado el Sr. Follet, autor -que yo sepa no ha negado su autoría-de Las tinieblas y el alba. No cabe ni un pasaje dramático o trágico más. Si Ama Rosa, en su lecho de muerte, hubiera leído esta historia seguro que moriría en paz y dando gracias por lo feliz que había sido su vida y la buena persona que era su hijo y el buen trato recibido de él.

Para ser justo tengo que destacar dos aspectos positivos en estas tinieblas: el primero es que rebaja la ansiedad de lo leído con el recurso del sexo que, obviamente, va en proporción con la tragedia, por lo que dos de sus personajes hacen el amor cinco veces a lo largo de la noche…si mi amigo Antonio, legionario de los de antes, no hubiera fallecido,  ya no podría presumir de sus tres veces la vez que regresó a casa tras unas largas maniobras en el desierto.

El segundo positivo es que me regalaron el libro…Amiga, gracias, tu no lo sabías. He quitado la hoja en la que pusiste la dedicatoria y, como al descuido, he dejado el resto sobre un banco, no se lo he querido pasar a nadie conocido. Hay gente muy intolerante. Y vengativa.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Daños colaterales

 

Daños colaterales

Santos Rejas Rodríguez

Me he levantado a hora temprana. Antes de la habitual. La tarea que tengo por delante requiere tener a la fresca por compañía.

Aspiro el intenso aroma del té Chai y contemplo a mis camisas que desde hace un par de días esperan con paciencia el planchado que les devuelva su tersura. La operación “planchar camisas” la vengo realizando año tras año bien cumplido el mes de diciembre. En este que ahora discurre, por el daño colateral sufrido por el virus de moda y la calorina del cambio climático, me he visto obligado a alterar el hábito.

Son doce las camisas. En correspondencia con los meses del año. A una por mes. No, no es que use una camisa a lo largo de treinta días seguidos. ¡Qué disparate! Las voy alternando de tal modo que siempre hay un intervalo de once días entre la primera y la última y vuelta a empezar. Así de enero a diciembre.


Un día me dije: Una vez al año se lavan todas las camisas y una vez al año se planchan. Y hasta hoy. Quizás podría haber esperado a octubre, pero hace unas semanas, y pese a la ducha diaria y el unte de crema antitranspirante, me advirtió me hijo que iba dejando tras de mi un aroma apreciable y/o indefinible. ¡Será porque sopla el aire de cara! Respondí, por decir algo.

Pero el comentario, unido a la observación de que los cerquillos de color hueso amarillo han incrementado su tonalidad sea por el virus, por el calor o por defecto de fabricación actual pues a las camisas de antes, las que utilizaba en casa de mi madre, no les ocurría, ha hecho ponerme manos a la plancha a la vez que me digo: ¡ánimo, que solo ha sido un adelanto de cuatro meses sobre el calendario establecido!

El vapor, sin duda alguna, despierta a la vocecilla interior, analítica y cabrona, que cáusticamente, y como al descuido, susurra: de cuatro meses, nada. No has tenido en cuenta en el cálculo los meses de aislamiento en los que no has utilizado camisa. Dicho lo cual, y podría jurar que, descojonándose de risa, añade: fuiste todo el tiempo con la camiseta de tirantes… ¡hasta en el aplauso diario!

Snif, snif…

 

(Pd: otra tarde de domingo que languidece)

martes, 1 de septiembre de 2020

De colores

 

De colores

Santos Rejas Rodríguez

¿Eres capaz de ver al ser humano que hay tras la distinta tonalidad que tiene su piel?

No recuerdo donde escuché o leí la siguiente anécdota: Preguntan a un niño si en su colegio hay compañeros de distinto color al suyo. Sin pensarlo, encogiéndose de hombros, responde: ˂en mi cole solo hay niños˃.

Una sonrisa, una mirada, una caricia de mano o de ojos ¿tiene diferente matiz cuando el color de la piel que reviste a quien la emite, o recibe, es más clara u oscura?

¿El cariño de padres a hijos, y también viceversa, es de distinta intensidad según sea la coloración? ¿Un “te quiero”, susurrado, surgida de la boca tintada de alguno de los colores de que se compone el arco iris de la humanidad expresa diferentes estadios de amor? ¿El sentimiento es mayor o menor?


¿El hambre, la sed, la enfermedad, la soledad…, es más llevadera dependiendo del colorante pincelado en el ser que la sufre?

¿Y la muerte?

¿Alguno de los seres teñidos es inmune a ella? ¿El atributo ˂color determinado˃ es salvoconducto para vivir eternamente?

Pues eso…

domingo, 9 de agosto de 2020

Pulgar

 Ese dedo pulgar

Santos Rejas Rodríguez

Es un dedo que no apunta ni señala, como su vecino índice; ni presume de su utilidad ni asume protagonismo. No lleva anillos como su compañero anular, ni horada la cavidad auditiva para atemperar picores, como el meñique ni, mucho menos, se denomina ˂˂corazón˃˃. Es un dedo escondido, a tras mano.

No hace sombra a sus compañeros de mano pese a su utilidad innegable: hace pinza con el índice para asir el útil con el que ahora escribo, para apresar a la aceituna que, solitaria en el platillo, se resiste a ser atrapada o para calibrar la pizca de sal que dará el toque de sabor al guiso…También para alzar la copa y brindar por el mejor invento existencial: la vida.

Un dedo que ha servido, y sigue sirviendo, como seña de identidad de quien no sabía o sabe refrendarla de otro modo, estampándolo en documento público o misiva llegada a un cuartel de los de antes…


Es el dedo que en el caminar de vida, asidas las manos, se hace presente cuando con la suavidad que le caracteriza, para no molestar, acaricia con dulzura el dorso de la mano que a la suya hace compañía…

Su ausencia en el envés de la otra mano, el abandono de su besar sin labios puede llagar de dolor los hondones del alma. O lo que haya por los adentros. 

martes, 4 de agosto de 2020

Cosas que yo escribí

AMORES DE VERANO

SANTOS REJAS RODRÍGUEZ

 

               Traspasar la barrera de la visibilidad tiene su aquel. Al principio no se es consciente de la transmutación. Al sentarte a una mesa de terraza, en la insoportable arena de la playa o en cualquier otro lugar piensas que todo el mundo te ignora porque cada peña va a lo suyo; que las conversaciones no se detienen por suponerte desconocedor del idioma, o simplemente, por la distracción que sufre la gente. 

Pero no, ha ocurrido, sin saber exactamente cuando, que te has vuelto invisible. Utilizando término al uso – más vulgar que cruel, diría- que ya no estás en el mercado del sexo complementario. Y hay casos que ni en el propio. La desazón es inevitable vistas como vistas el tránsito. Pero quien no positiviza estados irreparables e irreversibles es porque no puede. ¡Y mira que es fácil en verano! Basta con recorrer con la mirada cualquiera de los escenarios en los que ya eres mero espectador, para hacerte cargo de los sufrimientos en ciernes de muchos de los protagonistas. 


Por ejemplo: en este instante, a orillas del río Guadalquivir y la Torre de Oro como fondo, un nutrido grupo de ellos y ellas, comienzan a inspirar el engañoso aroma del jazmín que, al filo de la madrugada confundirán con la llegada del amor. Con ¡esta vez sí, te lo juro! ¡Que es de verdad, el que siempre soñé: ¡El amor de mi vida…! 

Y desde ese amanecer, a sufrir. A sumergirse en las aguas del temor a la pérdida de lo recién adquirido; a la insoportable espera de la siguiente cita, al retorno a la angustia inconmensurable de la adolescencia ya superada con más o menos éxito; a la caída en el vacío existencial del bien lleno de muchos males. 

Pues todo eso se evita al pasar a la clandestinidad del mundo visible… y otrora tangible, pérdida esta más sentida. Y te añades, consuelo final, que peor hubiera sido convertirse en la mujer barbuda o el hombre elefante. Pues eso.


sábado, 18 de abril de 2020

Nuestros muertos


Nuestros muertos

Santos Rejas Rodríguez


No entiendo, o quizás no quiera entender, el porqué de la disparidad de criterio en el conteo de muertos en la guerra que se está librando. Como en toda guerra hay, al menos, dos bandos y, como en toda contienda, se producen muertes en uno y otro. Es tradicional, aunque ahora mismo ignoro si hay excepciones, que a más muertes en un lado mayor victoria en el otro…

¿Es la razón de la sinrazón de lo que está pasando? ¿El conteo de muertos es mera estadística victoriosa? ¿Para quién? ¿Depende el número de muertos de la ‘ganancia’ política o económica de quienes aumenten o disminuyan el número de vencidos? ¿Se persiguen réditos políticos presentes y futuros?

Si así fuera, que me resisto a creerlo, diría que cuando se olvida el sentido humano, se ignora el dolor de la pérdida de vidas y los muertos se convierten en estadísticas, en armas arrojadizas, los que vamos superviviendo a esta guerra somos un conjunto de desalmados, en su acepción de sin alma, que merecemos ser parte de la estadística, de los que han muerto.



Tengo, como no, mi particular conteo de muertos. Los que en estos días mueren rodeados de sus seres queridos, cogidos de la mano, acompañados hasta su lugar de descanso eterno  e iniciado el duelo de la pérdida…y el resto. Ese resto que no ha tenido despedida y que estarán a la espera de que la guerra finalice para ser acompañados y llorados para su descanso y el de sus seres queridos supervivientes. Y no hay más bandos. Ni estadísticas. Ni desalmados.

Sí, ya he oído que hay instrucciones de organismos internacionales para contar a los muertos por el virus…pues que con ese criterio cuenten a sus muertos. Nosotros, a nuestros muertos, los contaremos como nos venga en gana, o sea, con humanidad.

lunes, 27 de enero de 2020

Correos


Correos: Aviso a usuarios… ordinarios

Santos Rejas Rodríguez


Hace pocos días leí que Correos vuelve a los beneficios, «el principal motor de crecimiento es la paquetería», asegura Manuel Serrano, presidente de Correos. Me alegra que una empresa tenga beneficios. Por el bien de quienes la conforman – en este caso de los empleados de correos- y siempre que redunde en los usuarios pero… en todos, no únicamente en aquellos que utilicen la paquetería.

Hace hoy trece días un residente en Zaragoza envió una  carta «ordinaria» a otro de Madrid. No ha llegado a su destino. El punto de origen aconsejó acercarse a la oficina del distrito de Madrid para preguntar: « Imposible buscar, rastrear, reclamar indemnizar…con una carta ordinaria no se puede hacer ninguna gestión», «Puede haberse perdido en algún punto del trayecto y sería como buscar una aguja en una pajar» y la guinda: « ¿sabe que hay miles de cartas ordinarias perdidas?».

Eso sí, la persona del envío, con más de ochenta años vividos, recibió un trato exquisito, fue provista de sobre adecuado (previo pago, por supuesto), consignada la dirección de destino e informada que tardaría cuatro día en llegar a su destino.

La oficina del previsible destino pleno de amabilidad, delicadeza y consejos: «los envíos mejor certificados, por paquete exprés…».
Siempre he asociado «ordinario» a orden…parece que la asociación no era correcta. Por cierto, el envío tuvo un costo de 5,50 euros, sobre aparte…





¿Soluciones?

Correos tendrá que buscar la que sea necesaria para« poner orden en lo ordinario»…incluso suprimir una modalidad de servicio que produce «miles de envíos perdidos». En el siglo XXI, que todo y todos, está bajo control, no puede andar por libre una carta que, para mayor inri, es «ordinaria».

El usuario afectado ya buscó la suya: Compró un nuevo libro (38 euros)  en sustitución del extraviado por el servicio de correos y lo recibió en casa al día siguiente...y sin gastos de envío. Por Amazon, claro.