martes, 4 de agosto de 2020

Cosas que yo escribí

AMORES DE VERANO

SANTOS REJAS RODRÍGUEZ

 

               Traspasar la barrera de la visibilidad tiene su aquel. Al principio no se es consciente de la transmutación. Al sentarte a una mesa de terraza, en la insoportable arena de la playa o en cualquier otro lugar piensas que todo el mundo te ignora porque cada peña va a lo suyo; que las conversaciones no se detienen por suponerte desconocedor del idioma, o simplemente, por la distracción que sufre la gente. 

Pero no, ha ocurrido, sin saber exactamente cuando, que te has vuelto invisible. Utilizando término al uso – más vulgar que cruel, diría- que ya no estás en el mercado del sexo complementario. Y hay casos que ni en el propio. La desazón es inevitable vistas como vistas el tránsito. Pero quien no positiviza estados irreparables e irreversibles es porque no puede. ¡Y mira que es fácil en verano! Basta con recorrer con la mirada cualquiera de los escenarios en los que ya eres mero espectador, para hacerte cargo de los sufrimientos en ciernes de muchos de los protagonistas. 


Por ejemplo: en este instante, a orillas del río Guadalquivir y la Torre de Oro como fondo, un nutrido grupo de ellos y ellas, comienzan a inspirar el engañoso aroma del jazmín que, al filo de la madrugada confundirán con la llegada del amor. Con ¡esta vez sí, te lo juro! ¡Que es de verdad, el que siempre soñé: ¡El amor de mi vida…! 

Y desde ese amanecer, a sufrir. A sumergirse en las aguas del temor a la pérdida de lo recién adquirido; a la insoportable espera de la siguiente cita, al retorno a la angustia inconmensurable de la adolescencia ya superada con más o menos éxito; a la caída en el vacío existencial del bien lleno de muchos males. 

Pues todo eso se evita al pasar a la clandestinidad del mundo visible… y otrora tangible, pérdida esta más sentida. Y te añades, consuelo final, que peor hubiera sido convertirse en la mujer barbuda o el hombre elefante. Pues eso.


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