Los Nicanores del inconsciente
Santos Rejas Rodríguez
Hace unos días
comenté que escribiría sobre los nicanores. Para ser sincero no esperaba
hacerlo tan de inmediato, pero he dejado escrito en múltiples ocasiones que los
sucesos se enraciman buscando emparejarse, quizás huyendo de la soledad.
El domingo,
deambulando ociosamente por el Rastro madrileño, topé con don Nicanor y éste,
tocando el tambor, me retrotrajo al de Boñar, precisamente sobre el que pensaba
escribir en alguna ocasión, dulce singular, y de sabor especial cuando unas
manos delicadas te lo ponen a tiro de boca.
Sentado en una
terraza al sol de invierno, saboreando un transparente vino riojano de color de
cereza madura, pedí disculpas al Nicanor, el de hojaldre liviano, por haberle
desplazado desde su cuna leonesa a tierras granadinas, lapsus que en su momento
olvidé analizar y que hoy, reverdecido el desliz, y propiciado por el estado
semihipnótico inducido por el sol, y el vinillo, he decidido analizar mediante
el ejercicio freudiano de hacer consciente lo inconsciente.
Y ha emergido Santa
Fé, ofertándome en bandeja su pionono , sin rencor alguno por haberlo confundido inexplicablemente con su pariente leonés, y viceversa. Este dulce me ha llevado de la mano a Lanjarón y a Trevélez,
y más allá a Pampaneira, Órgiva y Pitres… a toda la Alpujarra, en suma. Un
lugar para vivir, para soñar y amar, para envejecer sin prisas. Un lugar donde
descubrí, donde me descubriste, el dulzor del pionono compartido…
Cuando se bucea
en el ignoto adentro, que quizás únicamente sea un compuesto químico en
disolución, no es aconsejable hacerlo a pulmón libre: Mascarilla anímica o mano
protectora que tire del cordel para hacerte regresar a la superficie en el momento oportuno.
No ha sido una mano
sino el hilo de una voz, de una mujer anónima que, sentada a una mesa contigua,
decía a una amiga: ¡Le he dejado! ¡Quiero que me quieran como a alguien
especial, única! ¡Ese es mi sentido del amor, mi necesidad de amor! Y él no lo
hacía…o no sabía.
Como es de mala
educación inmiscuirse en las conversaciones ajenas, miré a don Nicanor. Me
devolvió una mirada cómplice. Y nos encaminamos a casa. Sin prisas. Acompañados
por el silencio de tambores muy lejanos, de cumbres de aromas inaprensibles…