Pregunta sin respuesta
Santos Rejas Rodríguez
«El asesino suele regresar al escenario del crimen».
El dicho vino a mi mente cuando decidí adentrarme en el mirador al mar en el que
meses antes dos hombres ocupaba la primera línea de miradas.
En aquella ocasión, verano también y probablemente
julio, llamó mi atención su hablar pausado, de silencios entrecortados; la
botella de vino blanco más que mediada, pese a la temprana hora de la mañana y
su aroma nórdico, a vikingos viejos o marineros de aguas insondables.
Al adentrarme hoy en el lugar mis pasos se detienen
en seco. El potente frenazo lo motiva el escenario: ¡Siguen ahí! ¡Son ellos! Y
los recuerdos se abalanzan en tropel. El día que marché del mirador, la
camarera estaba posando en su mesa un barreño con botellas de cerveza inmersas
en minúsculos icebergs y una fuente de lonchas de jamón…¡en este preciso
instante es la escena que se desarrolla ante mis ojos!
¿Con mi marcha se detuvo la acción? ¿Se ha reanudado
con mi presencia? ¿Es fruto de la casualidad… en la que no creo?
Cuando mis dedos, con disimulo, se disponen a
pellizcar una zona sensible de mi cuerpo para cerciorarme de que no estoy
soñando, la voz inconfundible de Françoise me cala hasta los huesos: «Où les yeux dans ses yeux et la main dans sa main…».
La música, la voz soñada de Hardy, la desgarradora
letra de amor; de desesperanza, incertidumbre, tristeza, su «ir sola por las
calles, con el alma en pena, mientras chicos y chicas van de la mano» y la
pregunta de adolescente, trasmutada al hoy de adulto, de cuándo llegará el día
que «j’aurai
le cœur
heureux sans peur du lendemain», asola mi alma e, incapaz de
responder a lo de para cuando el corazón feliz y el futuro ausente de temores, para cuando unos ojos en los ojos, una mano en la mano...huyo por donde he venido.
Mientras me alejo, la vocecilla interior, tan
impertinente, repite en mantra: «Mala cosa lo del volver».
(Las cosas que tiene el verano. El calor y tal…)