Golfos
Santos Rejas Rodríguez
Que España está rodeada de golfos es una realidad
incuestionable. En ocasiones me he preguntado si en lugar de tener tantos no
hubiera sido preferible uno y grande, como en México. Pero la geomorfología
tiene sus caprichos y hemos de conformarnos, en la era actual y probablemente en las venideras, con los que
tenemos. Como se decía antes, v.gr.: los golfos de Vizcaya, Cádiz, Almería,
Valencia, Rosas y, apurando un poco el mapa, el lindero de León.
A tanto golfo hay que añadirle las bahías, rías
costeras y otras de interior, o sea, lagunas y humedales. Son los golfillos,
aprendices de las golferías de sus mayores y adláteres a quienes quieren emular
e incluso superar. Puede que con el tiempo alguno de ellos lo consiga en
función del cambio climático y la elevación de la temperatura… salvo glaciación
imprevista o meteorito caído de los
cielos.
Lo último, o sea lo del pedrusco cabrón, es tan
improbable como el de la existencia de un ser supremo, justiciero, que diera a
la tierra lo que es de la tierra y al mar, lo del mar. Como no lo hay, el mar se reviste de golfo y va engullendo la tierra
que le sale de los hondones. Y no
devuelve ni siquiera unos granitos de la arena robada…
¿Y la comitiva habitante? El personal se limita a
contemplar, con embeleso y desde la orilla, la puesta de sol, sin coscarse de que cada vez avanza más la marea
que está dejando sin arena la playa; y que ante la impasibilidad, por su lado, y la voracidad e impunidad, por
la del otro, no es improbable que emerja un tsunami que no deje hueco ni para
el llanto ni el crujir de dientes.
Pues eso…