Reflexión con un chupito, o dos, de ron
Santos Rejas Rodríguez
Un pecho, o dos, caídos, que no vencidos, cuando
natura dice ¡hasta aquí hemos llegado y ahora toca bajada! Es lo normal,
comprensible y hasta entrañable si, pese a la caída, permanece la sensibilidad
intacta e incluso acrecentada. Me refiero a la sensibilidad interna; la del
sentir en lo hondo sin renunciar, por supuestos, al sentir externo, a las
caricias táctiles, adecuadas y deseadas por el pecho, o los pechos, receptores, que también irán a parar a los interiores del sentir...
Ahora bien: ni el paso del tiempo, ni el rigor de la
naturaleza justifica - ni una mente medianamente liberal y comprensiva puede
aceptar- un culo fláccido y colgante. El hecho de un culo de estas
características es un producto del abandono, el resultado evidente de la
dejadez, de una rendición sin presentar batalla y de vagancia extrema e
injustificable.
Con uno, o dos, pecho (s) caídos poco puede hacerse.
No sería humano, y podría atentar contra la economía y salud, requerir
operación quirúrgica de restauración. Ir contra natura puede acarrear
consecuencias indeseables semejantes a recurrir a una resección en caso de unos
huevos colgantes. Quizás un suspensorio…aunque no soy partidario ni de eso: si
cuelgan, cuelgan.
Corregir un culo laxo y fofo, devolverlo y
mantenerlo en todo su esplendor, es otra
historia. Su conservación de turgencia y dureza es cuestión de voluntad,
disciplina, ejercicio…en una palabra de quererlo para sí y para el gozo. Y no
solo es una cuestión de estética, sino también de ética ¿A qué viene esto? ¿Otro
chupito de ron? ¡Marchando…!