sábado, 28 de enero de 2017

Reflexiones con un chupito...o dos, de ron

Reflexión con un chupito, o dos, de ron

Santos Rejas Rodríguez


Un pecho, o dos, caídos, que no vencidos, cuando natura dice ¡hasta aquí hemos llegado y ahora toca bajada! Es lo normal, comprensible y hasta entrañable si, pese a la caída, permanece la sensibilidad intacta e incluso acrecentada. Me refiero a la sensibilidad interna; la del sentir en lo hondo sin renunciar, por supuestos, al sentir externo, a las caricias táctiles, adecuadas y deseadas por el pecho, o los pechos, receptores, que también irán a parar a los interiores del sentir...



Ahora bien: ni el paso del tiempo, ni el rigor de la naturaleza justifica - ni una mente medianamente liberal y comprensiva puede aceptar- un culo fláccido y colgante. El hecho de un culo de estas características es un producto del abandono, el resultado evidente de la dejadez, de una rendición sin presentar batalla y de vagancia extrema e injustificable.

Con uno, o dos, pecho (s) caídos poco puede hacerse. No sería humano, y podría atentar contra la economía y salud, requerir operación quirúrgica de restauración. Ir contra natura puede acarrear consecuencias indeseables semejantes a recurrir a una resección en caso de unos huevos colgantes. Quizás un suspensorio…aunque no soy partidario ni de eso: si cuelgan, cuelgan.

Corregir un culo laxo y fofo, devolverlo y mantenerlo en todo su esplendor,  es otra historia. Su conservación de turgencia y dureza es cuestión de voluntad, disciplina, ejercicio…en una palabra de quererlo para sí y para el gozo. Y no solo es una cuestión de estética, sino también de ética ¿A qué viene esto? ¿Otro chupito de ron? ¡Marchando…!

martes, 3 de enero de 2017

Ganas de...

Ganas de…

Santos Rejas Rodríguez


Ignoro sus vidas, relación, antecedentes y consecuentes…el aquí y el ahora es mi única referencia.
El aquí es una cafetería en este mi Madrid de adopción. El ahora es la del aperitivo en el inicio de la semana del nuevo año. Los personajes son un él y una ella de edad mediana, o sea, en la cuarentena indefinida. De testigo, mudo, un niño de poca edad; quizás tres o cuatro años, que duerme sobre el carrito infantil.
La mesa adyacente a estos personajes está vacía. Sobre ella deposito cuaderno y barra de pan. El chaquetón lo cuelgo en el respaldo de la silla. Me dispongo a acercarme a la barra para solicitar la consumición.
En ese instante oigo, y escucho, la frase que el él le dedica a ella: ‘que te he dicho que me escuches, que me prestes atención…’ sin levantar la voz, en sordina de pistola con silenciador. Y añade: ‘que me mires de una puta vez y atiendas cuando yo te hablo’. Y esta vez enmarcando una sonrisa que perfila unos labios apretados, crueles.



Y ella, obediente, lo mira como animal vencido por un depredador implacable.
Contengo mis ganas de acercarme y decirle a ella: ¡Mándale a tomar por c…! Las que siento con respecto a él no puedo reseñarlas por escrito, creo que es delito…

Retomo el chaquetón a mis hombros. Recojo la barra de pan y el cuaderno. Renuncio a un aperitivo que incrementaría los ácidos que se me han formado en el estómago. El niño duerme. El año, el de siempre, sigue su curso.