martes, 15 de octubre de 2019

Acontecimientos encadenados


Acontecimientos encadenados


Santos Rejas Rodríguez


Hace años escribí por vez primera que hay acontecimientos que en ocasiones se arraciman. Un «no hay dos sin tres», o algo parecido. Surgen a capricho. Si los esperas al aguardo, como el cazador a su presa, se ocultan en sus madrigueras y pierdes lastimosamente el procesionar del día. Cuando menos lo esperas, como ha sucedido hoy, dos hechos sorprendentes se han concatenado y eclosionado a la par.

Al cortar el pan, una rebanada se ha caído al suelo. De modo mecánico la he recogido, besado e introducido en el tostador. Sin darme tiempo a procesar el hecho de haber besado al pan, rito olvidado desde la adolescencia, y como trueno que sigue al relámpago, mi voz principal interna, clara y alta, ha sentenciado: «en la vida tenías que haber sido gallero profesional», refiriéndose, sin duda, a mí mismo.

Si en mi formación académica  no hubiera estado incluido el estudio de las técnicas psicodinámicas, a buen seguro de que aquí hubiera finalizado el asunto. Pero los conocimientos que se adquieren no pueden obviarse. Así que, mientras mordisqueaba la tostada me pregunté: ¿habrá un mecanismo interno que explique estos aconteceres? ¿Una causa de las causas? ¿Un trauma de la infancia no resuelto?


Ignoro si el aroma del pan recién tostado o el del café recién hecho obraron de llave maestra. Lo cierto es que recordé que días antes se me metió en la cabeza, como mantra pegajoso, la canción de María Dolores Pradera en la que es protagonista don Luis Macarena, el coco (aunque trastoqué coco por cojo, sin ánimo de ofender). Resuelto el primer acertijo. El de gallero profesional, o sea…

Pero ¿y el beso al pan? Aquí debo de confesar que si no hubo intercesión divina estuvo al pie. Mis ojos se posaron en el taco del calendario que pende en la cocina, arranqué la hoja del día anterior y ¡eureka!, la respuesta: Santa Teresa. El santo que padres y hermanos celebrábamos como acontecimiento singular. El santo de Teresa, mi madre, la que siempre que se caía el pan, lo recogía y besaba. Rito que mantuvo mientras vivió.

Mientras depositaba los útiles del desayuno en el fregadero, decía: «madre, esto es lo que hay,  o sea, que te seguimos queriendo con la locura de siempre…y puede que yo no sea el peor». 

Y una lagrimilla se mezcló con la sonrisa del recuerdo.