Acontecimientos encadenados
Santos Rejas Rodríguez
Hace años escribí por vez primera que hay
acontecimientos que en ocasiones se arraciman. Un «no hay dos sin tres», o algo
parecido. Surgen a capricho. Si los esperas al aguardo, como el cazador a su
presa, se ocultan en sus madrigueras y pierdes lastimosamente el procesionar
del día. Cuando menos lo esperas, como ha sucedido hoy, dos
hechos sorprendentes se han concatenado y eclosionado a la par.
Al cortar el pan, una rebanada se ha caído al suelo.
De modo mecánico la he recogido, besado e introducido en el tostador. Sin darme
tiempo a procesar el hecho de haber besado al pan, rito olvidado desde la
adolescencia, y como trueno que sigue al relámpago, mi voz principal interna,
clara y alta, ha sentenciado: «en la vida tenías que haber sido gallero
profesional», refiriéndose, sin duda, a mí mismo.
Si en mi formación académica no hubiera estado incluido el estudio de las
técnicas psicodinámicas, a buen seguro de que aquí hubiera finalizado el
asunto. Pero los conocimientos que se adquieren no pueden obviarse. Así que,
mientras mordisqueaba la tostada me pregunté: ¿habrá un mecanismo interno que
explique estos aconteceres? ¿Una causa de las causas? ¿Un trauma de la infancia
no resuelto?
Ignoro si el aroma del pan recién tostado o el del
café recién hecho obraron de llave maestra. Lo cierto es que recordé que días
antes se me metió en la cabeza, como mantra pegajoso, la canción de María
Dolores Pradera en la que es protagonista don Luis Macarena, el coco (aunque
trastoqué coco por cojo, sin ánimo de ofender). Resuelto el primer acertijo. El
de gallero profesional, o sea…
Pero ¿y el beso al pan? Aquí debo de confesar que si
no hubo intercesión divina estuvo al pie. Mis ojos se posaron en el taco del
calendario que pende en la cocina, arranqué la hoja del día anterior y
¡eureka!, la respuesta: Santa Teresa. El santo que padres y hermanos
celebrábamos como acontecimiento singular. El santo de Teresa, mi madre, la que
siempre que se caía el pan, lo recogía y besaba. Rito que mantuvo mientras
vivió.
Mientras depositaba los útiles del desayuno en el
fregadero, decía: «madre, esto es lo que hay,
o sea, que te seguimos queriendo con la locura de siempre…y puede que yo
no sea el peor».
Y una lagrimilla se mezcló con la sonrisa del recuerdo.