¡Tiempos!
Santos Rejas Rodríguez
Hace unos años, no demasiados, si una persona iba
hablando sola por la calle ya fuera bisbiseando o en alta voz, se la miraba con
compasión o condescendencia; algunos buscaban la mirada cómplice de otro transeúnte
para esbozar la sonrisa de comprensión o, con disimulo, esbozar un gesto de
flojera de tornillo. Eso sí: si el hablante solitario añadía a su
incomprensible discurso aspavientos de brazos, cabeza u otra parte corpórea, lo
habitual era apartarse con presteza de su camino.
Ha pasado el tiempo y su transcurso nos ha dado las
claves de aquellas extrañas conductas. Los hablantes que así se comportaban
eran probadores de la telefonía inalámbrica. Insiders, en pedante. Los gesticulantes, youtubers. ¡El tiempo! ¡Cómo coloca todo en su sitio!
Aquellos adelantados fueron los artífices de que en
el presente el gentío hable por calles, plazas y conciertos en soledad
entrañable. El comportamiento actual es el socialmente aceptado y aceptable, y
por esa razón quienes transitan en silencio, ausentes sus manos de Smartphone que
arrimar a la oreja, causan recelo, incomprensión, desprecio y, porque no
confesarlo: ¡Miedo! ¿Qué estarán tramando? ¿Porqué andurriales vaga su
pensamiento? ¿Qué secreto atroz guardan que no comparten con la masa parlante?
Si ocultan… son culpables.
El tiempo dirá en qué conjura se hallan metidos pero…
¿No sería conveniente formar una comisión, o mejor un observatorio para tratar
de descifrarlo aquí y ahora? Quizás estemos a tiempo.
¡Uf, qué calores de nuevo!