sábado, 13 de febrero de 2016

¿Peor de lo que hay...?

¿Peor de lo que hay…?

Santos Rejas Rodríguez

Lo que esté por venir para el gobierno de, esta, nuestra tierra ¿puede ser peor que lo que hay?

El tejido de la piel de toro huele mal. Está desmembrada en jirones que chorrean detritus. Levantes por donde levantes, huele a cloaca. Cuando el Uno, del ahora, menciona lo de tirar de algún colgajo para orearlo, el Otro, del también ahora, se lo impide bajo amenaza de hacer lo mismo donde florezca un sembrado putrefacto del primero. Y acuerdan el inmovilismo, que es la postura conveniente para ambos, de ocultar vergüenzasdesvergüenzas y miserias.




Postura común que no impide aparentar, de cara a la galería, o sea a nosotros, los enajenados espectadores que a la vez interpretamos el papel de súbditos, que sus intenciones y desvelos son los de acabar, de una vez por todas, con las tendencias rapiñeras del contrario, ajusticiar a los culpables y caminar por una senda constitucional limpia de polvo y paja. ¡ Que este País, se lo merece !Y los corifeos, de unos y otros, lo publicitan y se aplauden asimismo por lo bien que hacen su labor del ¡tu más! Y ¡todos a callar!

El discurso, hasta el momento, les ha sido útil, muy útil diría. Los rendimientos han sido tales que, como grandes estrategas, han respetados, casi matemáticamente, la alternancia en el ordeño de la ‘Empresa’ y la obtención y reparto de beneficios.

¿Hasta aquí hemos llegado? Aún siendo, a estas alturas, más escéptico que Pirrón, creo que algo se ha movido. No mucho, pero sí lo suficiente para agrietar lo que hasta ahora parecía esculpido en piedra diamantina.


¿Peor lo que pueda llegar que lo que hay? Puede ser. Aunque no está al alcance de cualquiera llegar a su bajura. Tendrán que entrenar mucho…

miércoles, 10 de febrero de 2016

Como un cerezo

Como un cerezo

Santos Rejas Rodríguez

Me hallaba sumergido en un arpegio suave, contemplando la puesta de sol desde el altozano de Las Vistillas cuando, de soslayo, la vi aproximarse.
En la cercanía que ya permite apreciar la gestualidad, mostró una sonrisa tan tenue como el arpegio. Quizás el mismo trasportado a su cara. Es mi costumbre, actual, mirar tras de mí si una mujer se aproxima sonriente. Ella, al observarlo, acentuó el gesto a la par que llegaba a mi lado y, en burbujeo indescriptible, dijo: -¿Hay un sitio libre a tu mesa? Pregunta retórica porque, a excepción de la silla que yo ocupaba, las tres restantes estaban de convidadas de metacrilato.
Sin esperar respuesta ocupó el asiento que permitía contemplar el ocaso, añadiendo: -No soy –cómo se dice- ¿buscona?, no. Tampoco estoy mal de la cabeza…bueno lo normal de mal…y derritió su sonrisa en tenue y contagiosa risa.




La conversación, como río entre su orilla y la mía, fluyó sin meandros ni torrenteras: Japonesa, con el atractivo de lo ignoto, edad madura –creo-, afincada en Madrid por su profesión de música y con el brillo de los almendros en flor en los ojos…
Se había esmerado en preparar una cena tradicional de su tierra: Okonomiyaki, Ramen y Sushi, entendí, y la habían dado plantón…-Así que he salido a la calle con la intención de invitar a un desconocido que me resultara agradable…y aquí estoy.
-De plato de segunda mesa, podemos llamarlo, ¡no?
-Pero el postre es exclusivo. Para ti tocaré mi guitarra…

Guitarra, guitarra…¡Papá! ¡Que me voy a clase de guitarra! ¡Que me dijiste que te despertara! –Gracias, hijo…
¡Jóder, señor Freud, si levantara la cabeza! ¡Ni en sueños se puede ya realizar un deseo!
-Pero siempre te quedara un arpegio suave como la noche, sin notas discordantes ni sobresaltos al despertar…-Sí, eso sí.
Y me quedé dormido de nuevo como un cerezo en invierno.


sábado, 6 de febrero de 2016

Conjuntos binarios

Conjuntos binarios

Santos Rejas Rodríguez


Cuando escribo a vuela pluma, o sea, el a mano de toda la vida, me gusta hacerlo en bar, cafetería, o terraza de uno u otra. El ordenar lo escrito, informáticamente, lo dejo para casa.

Escribo tanto al sol como a la sombra, en lugares ruidosos y en los de silencio absoluto. Y, hablando de silencios, he hallado un común denominador en los barrios elegidos para la escritura sea Lavapiés, Latina, Serrano, Centro o Moncloa y con independencia, también, de que el lugar sea tasca o cafetería lujosa: parejas en silencio de sepulcro.




Cuando me desconcentro de la escritura, hago una pausa para pensar en lo ya pensado, retomar un hilo o simplemente dar una ojeada a mi alrededor, topa mi mirar con alguna pareja llena de silencios, ausentes del mirarse; de manos, y seguro que también de cuerpos, en líneas paralelas, de las que no se encontrarán en el infinito…ni en el más acá, que es lo más tremendo.

Pienso que, alguna vez, quizás, compartieron besos y abrazos. E impaciencias de espera. Algún suspiro suelto y hasta hondo. Y puede que un brillar de ojos empañados del uno hacia el otro…
¿En qué recodo del camino se perdieron? ¿Qué senda transitó el uno, inaccesible para el otro?

Hace años, bastantes ya, a los coches nuevos era preciso hacerles ‘el rodaje’. En los kilómetros iniciales había que ser cuidadosos. Velocidad moderada. Ni pasarse ni tampoco quedarse corto. En una ocasión, un mecánico amigo, me dijo que era para que los cojinetes se ajustaran bien y no se produjeran desgastes iniciales y averías posteriores. Nunca tuve curiosidad por saber qué son los cojinetes, pero hoy, al observar a una pareja silenciosa, he intuido lo de las consecuencias de un mal rodaje.


O quizás esa no sea la causa. Tal vez la vida de dos es un conjunto de silencios. De un mirarse cada cual  el infinito de su propia soledad…