miércoles, 10 de febrero de 2016

Como un cerezo

Como un cerezo

Santos Rejas Rodríguez

Me hallaba sumergido en un arpegio suave, contemplando la puesta de sol desde el altozano de Las Vistillas cuando, de soslayo, la vi aproximarse.
En la cercanía que ya permite apreciar la gestualidad, mostró una sonrisa tan tenue como el arpegio. Quizás el mismo trasportado a su cara. Es mi costumbre, actual, mirar tras de mí si una mujer se aproxima sonriente. Ella, al observarlo, acentuó el gesto a la par que llegaba a mi lado y, en burbujeo indescriptible, dijo: -¿Hay un sitio libre a tu mesa? Pregunta retórica porque, a excepción de la silla que yo ocupaba, las tres restantes estaban de convidadas de metacrilato.
Sin esperar respuesta ocupó el asiento que permitía contemplar el ocaso, añadiendo: -No soy –cómo se dice- ¿buscona?, no. Tampoco estoy mal de la cabeza…bueno lo normal de mal…y derritió su sonrisa en tenue y contagiosa risa.




La conversación, como río entre su orilla y la mía, fluyó sin meandros ni torrenteras: Japonesa, con el atractivo de lo ignoto, edad madura –creo-, afincada en Madrid por su profesión de música y con el brillo de los almendros en flor en los ojos…
Se había esmerado en preparar una cena tradicional de su tierra: Okonomiyaki, Ramen y Sushi, entendí, y la habían dado plantón…-Así que he salido a la calle con la intención de invitar a un desconocido que me resultara agradable…y aquí estoy.
-De plato de segunda mesa, podemos llamarlo, ¡no?
-Pero el postre es exclusivo. Para ti tocaré mi guitarra…

Guitarra, guitarra…¡Papá! ¡Que me voy a clase de guitarra! ¡Que me dijiste que te despertara! –Gracias, hijo…
¡Jóder, señor Freud, si levantara la cabeza! ¡Ni en sueños se puede ya realizar un deseo!
-Pero siempre te quedara un arpegio suave como la noche, sin notas discordantes ni sobresaltos al despertar…-Sí, eso sí.
Y me quedé dormido de nuevo como un cerezo en invierno.


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