Como un cerezo
Santos Rejas Rodríguez
Me hallaba sumergido en un arpegio suave, contemplando
la puesta de sol desde el altozano de Las Vistillas cuando, de soslayo, la vi
aproximarse.
En la cercanía que ya permite apreciar la gestualidad,
mostró una sonrisa tan tenue como el arpegio. Quizás el mismo trasportado a su
cara. Es mi costumbre, actual, mirar tras de mí si una mujer se aproxima
sonriente. Ella, al observarlo, acentuó el gesto a la par que llegaba a mi lado
y, en burbujeo indescriptible, dijo: -¿Hay un sitio libre a tu mesa? Pregunta
retórica porque, a excepción de la silla que yo ocupaba, las tres restantes
estaban de convidadas de metacrilato.
Sin esperar respuesta ocupó el asiento que permitía
contemplar el ocaso, añadiendo: -No soy –cómo se dice- ¿buscona?, no. Tampoco
estoy mal de la cabeza…bueno lo normal de mal…y derritió su sonrisa en tenue y
contagiosa risa.
La conversación, como río entre su orilla y la mía,
fluyó sin meandros ni torrenteras: Japonesa, con el atractivo de lo ignoto,
edad madura –creo-, afincada en Madrid por su profesión de música y con el
brillo de los almendros en flor en los ojos…
Se había esmerado en preparar una cena tradicional
de su tierra: Okonomiyaki, Ramen y Sushi, entendí, y la habían dado plantón…-Así
que he salido a la calle con la intención de invitar a un desconocido que me
resultara agradable…y aquí estoy.
-De plato de segunda mesa, podemos llamarlo, ¡no?
-Pero el postre es exclusivo. Para ti tocaré mi
guitarra…
Guitarra, guitarra…¡Papá! ¡Que me voy a clase de
guitarra! ¡Que me dijiste que te despertara! –Gracias, hijo…
¡Jóder, señor Freud, si levantara la cabeza! ¡Ni en
sueños se puede ya realizar un deseo!
-Pero siempre te quedara un arpegio suave como la
noche, sin notas discordantes ni sobresaltos al despertar…-Sí, eso sí.
Y me quedé dormido de nuevo como un cerezo en invierno.
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