sábado, 30 de diciembre de 2023

Otros desiertos

 

Otros desiertos

 Santos Rejas Rodríguez

             Noticia:  «un hombre estuvo cuatro años muerto sentado frente al televisor».

     En estas latitudes tendemos a alejar los muertos de nuestro lado. Alguna reacciones irán por la vertiente del humor negro: trivialización del suceso y construcción del muro que impida penetre la noticia hasta la médula y produzca el indeseado estremecimiento. Pero si no nos da tiempo a levantar la barrera, si la noticia atraviesa la capa del alma y se introduce hasta alguno de esos rincones desconocidos para nosotros mismos, el escalofrío se produce. Intenso.

¿Quién no se conmueve al leer que: «estuvo sentado durante cuatro años en su sillón frente al televisor sin que nadie se enterara de su muerte?». Repito: «sin que nadie se enterara…».

A un hombre, en una ciudad de miles de habitante, nadie, ni una sola persona, le ha echado de menos en cuatro años... posiblemente porque también estuvieron contemplando la televisión.

           


Al escritor le suele surgir al final de su relato una frase, una palabra, que deje poso. De Saramago la tomo en préstamo: «desierto no es aquello que vulgarmente se piensa, desierto es toda ausencia de hombres, aunque no debemos olvidar que no es raro encontrar desiertos y secarrales de muerte en medio de multitudes».

Pues eso.

viernes, 10 de noviembre de 2023

De la obediencia y tal

 

De la obediencia y tal

Santos Rejas Rodríguez

Una de mis aficiones fue la de visitar librerías, de nuevo o viejo, pero con librero dentro, costumbre en vías de extinción al igual que las referidas. Por desgracia.

No recuerdo haber salido de la visita sin un libro en la mano y, en todas las ocasiones, es decir: siempre, tuve la sensación de que el libro me había elegido.

Ahora hay textos, mensajes, citas, reseñas… que emergen de entre el batiburrillo que nos cae encima, en ocasiones en forma de granizo devastador, tan duro como piedra, y me produce idéntica sensación de lo dicho para los libros: me eligen.

Hoy,  releyendo un libro olvidado, he hallado entre sus páginas una reseña pretérita, de vete a saber cuándo:

            «Todos los mártires de la fe religiosa, de la libertad y de la ciencia han tenido que desobedecer a quienes deseaban amordazarlos, para obedecer a su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y la razón. Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo». (Erich Fromm, El hombre ha perdido la capacidad de desobedecer).

La razón de haber sido elegido, en momentos concreto de la vida, por un libro o un texto como el que acabo de reseñar, y por qué me lo ha puesto en primer plano, y aquí, y ahora, sería tan complejo de explicar como hacerlo sobre el amor a primera vista: ¿Un guiño? ¿Un advertencia? ¿Un aviso a navegante? ¿Casualidad?... Se siente. Se intuye. Se paladea. Se disfruta o amarga. Hace soñar o impide el soñar, pero no se explica. Como el amor a primera vista, tan enigmático él.

En estos tiempos de analistas y opinadores, que han crecido como las setas tras la lluvia de otoño, ahí se lo dejo para que disfruten dando sus sesudas opiniones, consejos y directrices de obligado cumplimiento.

Pues eso.

domingo, 5 de noviembre de 2023

Sentires ocultos

 

Sentires ocultos

Santos Rejas Rodríguez

En aquellos tiempos era usual que los mayores tuvieran tarjeta de visita. En ella se consignaba nombre, apellidos, domicilio y oficio o profesión. Por casualidad, determinismo o vaya usted a saber, un día encontré la de mi padre y, lo más sorprendente, descubrí un secreto bien guardado: lo que se ocultaba tras la Z.

He dicho que encontré la tarjeta. En realidad había estado a la vista siempre encima del escritorio, dentro de su cajita, pero de niño no despertó mi curiosidad y más tarde, como buen adolescente, ejem, ejem, pasaba de tarjetas de visita, de la vida en general y de la madre que la parió. Bastante tenía con mis comeduras de tarro. Estar rayado, se dice hoy.

En la tarjeta ponía: Z. Vicente Rejas Portillo. En una primera lectura tomé la Z por una D, pero mi padre era hombre llano, por lo que volví a releerla. Con ella en mano me presenté ante mi progenitor: ¿Qué quiere decir Z.? Mi madre, como picada de avispa, me hizo gestos disuasorios, pero ya estaba dicho lo dicho. Para no ser cansino: Zacarías. Mi padre, de primer nombre se llamaba Zacarías. Y yo sin saberlo.

Un día, el de su muerte, entre otras cosas escribí: «con él tengo muchas conversaciones pospuestas, perdidas ya. Nos faltaron, en especial a mí, palabras que transmitieran los afectos que nos sentíamos. Intensos, muy intensos, adivinados pero embargados por la timidez de la expresión, por el miedo escénico, incomprensible pero insuperable a decir: ¡te quiero! ¡te necesito! o, siendo un niño y aún después: ¡Siento miedo cuando no estás!».



Olvido muchos cumpleaños. Cuando no es el día es el mes, o el año… Hoy, mi padre, hubiera cumplido años. Desde que descubrí que nació el 5 de noviembre, día de san Zacarías, nunca olvidé felicitarlo. Ni antes, ni ahora.

Murió hace relativamente poco, pero su ausencia se me hace muy larga…

Pues eso, padre, que felicidades un año más estés donde estés. Y que sepas que te quiero.

domingo, 10 de septiembre de 2023

PUNTOS SUSPENSIVOS

 

Puntos suspensivos

Santos Rejas Rodríguez

Hace pocos días una entrañable amiga, con mi última novela entre sus manos, me preguntó: ¿sigues con tus puntos suspensivos?

No, no voy a hablar de mi libro... aunque tampoco pensaba escribir sobre entrañable, pero es tan bonito el término que me resisto a pasarlo por alto. Entrañable: que inspira gran afecto, que viene de lo más hondo y querido, desde el corazón, la entraña más oculta y protegida para bien… y para mal.

Esta amiga me corrigió en su día mis cuentos, de los que tampoco voy a hablar, y me resaltó el uso, y el abuso, que hacía de los tres puntos en hilera. Y sí, esta reseña va de ellos.



Lo dicho por mi amiga me hizo reflexionar sobre el uso literario que hacía de dichos puntos y si también eran habituales en mi vida cotidiana. Si los empleaba para expresar mis temores, dudas, algo inesperado o extraño… inseguridades. Los «No sé si…», «Debería preguntarle…», «Espero que…»,  «¿Vendrá o no vendrá…?», «¿Se lo digo…?», «¿Quiere que vaya o quiere que me vaya…». O sea: «ser…o no ser…esa es la cuestión».

Y sí, fui consciente que los plasmaba literariamente y estaban presentes, en gran medida, en mi modo de caminar la vida.

Entre la llamada de atención de mi amiga, entre aquellos cuentos y estas soledades, han transcurrido varios años, mucho escribir y muchas vivencias. Y he vuelto a reflexionar sobre su pregunta de ahora: ¿ sigues con tus puntos suspensivos?

Concluyo que sí, que sigo utilizando, en lo literario y en mi caminar del día a día, puntos suspensivos, pero… cada vez utilizo más el punto y aparte y, sobre todo, el punto final… y no precisamente en lo literario.

Es más sano... creo.

martes, 22 de agosto de 2023

La cosa de la calor

 La cosa de la calor

Santos Rejas Rodríguez


Cuando el calor (o la calor, como se decía antaño por mi tierra) aprieta como está apretando, el ser humano, incluido yo, puede caer en desvaríos que con anterioridad al cambio climático no se producían.

Mi caída la ha propiciado un libro: El chirrión de los políticos, de Azorín. Es cierto que tras la lectura de la «Annotacion» que precede a su comienzo no he podido resistirme a trasladar a esta cuartilla y media,—no va a llegar a página—, algunos entresacados de este y dejar para otro momento de inlucidez calurosa el texto del libro. Cito:

«Lo de “chirrión” puede ser tanto el carro con las ruedas rechinantes como el látigo del Mayoral. La fantasía de Azorín es una descripción, entre cómica y lírica, del ambiente de los políticos»…mi incipiente salivación se detuvo al leer que se refería a los políticos de la Restauración, ¡me cachis!

«La sátira de Azorín es útil y sirve para entender el papel que tuvieron los intelectuales de la generación del 98 en la debelación del régimen parlamentario…».

Tuve que detener la lectura para informarme que debelación significa: vencer al contrario por la acción de las armas o de los argumentos.

            «Un lenguaje de los políticos sumamente retorcido, anticuado e hipócrita tenía que chocar contra el nuevo estilo límpido y vanguardista de los intelectuales del 98 y sucesores».

La diferencia con la situación actual es que carecemos de una clase intelectual que critique con gracia a los políticos. Es más, lo que llamamos lenguaje polítiqués contagia también a los intelectuales.

Perdón, perdón. Olvidé entrecomillar el párrafo anterior. El comentario se refería a lo que pasaba en aquellos entonces. Cuando se publicó el libro. Ahora no ocurre.

¡Qué disparate!

En estos tiempos que corren hay una clase intelectual, e incluso varias, para dar y tomar. Petan los medios de comunicación, llenan las tertulias, critican con gracia a los políticos…¡Y sin contagio que valga!

¡Faltaría más!

Pues eso.

            La calor.

domingo, 14 de mayo de 2023

De Médicos

 DE MÉDICOS

 Santos Rejas Rodríguez

 En un mes de mayo, y bajo el mismo título, escribí y publiqué en mi columna del Diario HOY de Extremadura, lo que sigue:

«Uno de los recuerdos que me alimentan está relacionado con el «médico de cabecera», como se llamaba entonces. En aquel entonces en que tener un médico a la cabecera de la cama cuando algún miembro de la familia enfermaba era esencial para la curación. 

La secuencia del rito era como sigue: malestar, termómetro de mercurio bien bajado y puesto en sitio pertinente, a saber:  primero en una ingle y después en la otra. Mera comprobación. Aviso al médico para explicarle síntomas y fiebre. Transcurrido un tiempo moderado acudía, maletín a la mano, al hogar febril. Se encaminaba al dormitorio del doliente, por lo general sin necesidad de guía, y principiaba con el oteo de garganta y oídos como preludio del frío fonendo a pecho y espalda. Silencio familiar expectante hasta el posterior lavado de manos, las del Médico, y explicaciones simultáneas a la prescripción de fármacos. Un ¡hasta mañana!  Y así los sucesivos días.

 


Las visitas de supervisión de la enfermedad eran, en realidad, las que de un modo más eficaz contribuían al restablecimiento del enfermo y servían de medicina al resto de la familia. 

Ya no existen los médicos de cabecera. Ahora se llaman de atención primaria, creo. Y los a domicilio, de urgencias. Y distintos de una a otra incidencia o repetición de visita. Ni los conoces ni te conocen. En ocasiones ni el idioma. Globalización de la ciencia médica, podríamos decir. Además, por lo que leo, hay pocos de todo: especialistas y de atención primaria. O quizás están mal repartidos.  Y las expectativas no es que sean halagüeñas. Ni hablar de nuevas facultades de medicina. Clausus feroces en las existentes. Todo para preservar calidad y salarios…

Claro que, puede suceder, que formemos excelentes profesionales para que ejerzan sus conocimientos en países de allende. Y aquende arriben de otros pueblos en el que no utilizan papel de fumar, o poco…».

 ¿Cuándo escribí este artículo?: Hace siete días cumplió quince añitos. Pues eso.

 Por cierto en aquella ocasión lo finalicé así: «En recuerdo, imperecedero, de los Doctores Rafael Martín- Santos y Vicente Guerrero», que hoy repito.

domingo, 23 de abril de 2023

La vocación y (o) la vida

 

La vocación y (o) la vida

Santos Rejas Rodríguez

Naces a la vida dando berridos y, tras una pausa más o menos larga, comienzas a caminarla. A cuatro patas. Tan ricamente. Y así continuarías si no fuera porque una mano envidiosa, y adulta, se agarra a la tuya y te obliga a hacer la andadura a su imagen y semejanza. Bípeda. Te convierte en un bípedo.

No lo sabes, pero acabas de cagarla. Desde ese momento tus pasos se encaminarán sin remedio a una etapa de contrasentidos, incertidumbre y desolación: la adolescencia. La época que te marcará. La que te pone de cara al: ¿ qué hago con mi vida? Y en la que planeas tu futuro. Quiero ser: «piloto, fontanero, médico o explorador de lo no explorado o... yo qué sé», entre otras opciones igual de absurdas.

Tras idas y venidas y vueltas y revueltas («¿dime amigo a dónde vas?»), y dado que en esa etapa inmisericorde quieres ayudar a los seres humanos, incluido el que te jodió el caminar a cuatro patas, decides, por ejemplo, ser psicólogo. Como eres de ideas fijas y decisiones firmes, dedicas los cincuenta o más años de vida a limpiar traumas ajenos y otras bajezas de la alfombra. Misión cumplida, a disfrutar del retiro y a la espera del desenlace.

En alguna ocasión he mencionado que existen vocecitas cabronas. Añado que también las hay muy hijas de puta: «¿a lo que dedicaste tu caminar, bípedo, era tu verdadero destino?» pregunta la vocecilla aludida, y añade sin respiro: «¿le ha dado sentido a tu vida?, ¿mereció la pena? ¿en el desnacer te despedirás con la sonrisa del deber cumplido o con el berrido de la nascencia?».

Meditando respuestas una semilla germina y eclosiona: ¡No! ¡Ni por asomo! ¡No era eso, no era eso!



Y el grito, surgido desde lo hondo, sin piedad alguna, te suelta: «tenías que haber dedicado la vida a sexador de aves y gallero profesional, como don Luis Macarena, el Cojo». Y remata: «El cambio de las cuatro patas a dos y el trancazo de la adolescencia fueron los culpables de un desvío que ya no tiene vuelta atrás».

Pues eso.

domingo, 19 de febrero de 2023

Otro hilo...

 

Otro hilo…

Santos Rejas Rodríguez

Hace tiempo, cuando aún me faltaba una jartá de años para ser un jubilado con múltiples tareas que realizar de la mañana a la noche, escribí un artículo en el Diario HOY, titulado «Al hilo…», y que comenzaba de así:

«Al hilo de la muerte a puñaladas de una joven por dos supuestas amigas y cuyo principal objetivo era el salto a la fama, trágico salto por cierto, políticos, jueces, defensores de menores y otros representantes sociales se han pronunciado a favor de que la edad penal se eleve a los 18 años.

Personalmente he defendido desde siempre la medida argumentando, entre otras razones, que si no se les considera con suficiente madurez para votar, tampoco para entrar en la cárcel…».



Se acaba de aprobar una ley en virtud de la cual una joven mayor de 16 años y menor de 18 puede abortar por decisión propia y con el único permiso de sí misma.

Con la entrada en vigor de esta ley me ocurre lo mismo que no entendía cuando la edad penal era a los 16 años, o sea: ¿por qué una mujer de 16 años no tiene derecho al voto? ¿Qué impide a esa edad que pueda decidir en los asuntos sociales, políticos y económicos de su país y que afectan de modo tan directo a su vida, trabajo, formación…?  

Me gustaría que quienes tienen en sus manos el poder legislativo respondieran a los interrogantes y, si no es mucho pedir, también a este otro hilo surgido de la ley que permite abortar pero no votar: ¿no hubiera sido más sencillo modificar la Ley 33/1978, de 16 de noviembre sobre mayoría de edad y establecerla a los 16 años? pero al impedirlo, en este momento, el artículo 12 de la Constitución el camino más corto es la modificación de la Ley electoral con el apoyo, esta vez sí, de quienes han propiciado  el aborto de las menores de 17 años y mayores de 16 con plena autonomía».

Pues eso…