Caminando veranos
Santos Rejas Rodríguez
Amanecía la mañana. El verano se hacía presente
nada más asomarse el sol por el altozano. Hasta el ocaso sería el protagonista. Había
que aprovechar la fresca para aprovisionar de fruta y verdura la despensa para
que madre estuviera contenta y la abuela no retoliqueara. Me gustaba la tarea. La recogida de frutos del huerto me hacía
sentir su salvador, el que imposibilitaba su reseco impidiéndoles
cumplir con su destino.
—¡Vamos, Loba!, invita mi padre como si la perra lo necesitara. Pasos
adelante o detrás de él, según intuya que está necesitado de desbrozar el
camino o resguardar su espalda, ahí estará ella, la Loba, nuestra perra, parte integrante de mi padre.
Mi padre también sabe lo innecesario del «¡vamos
Loba!», expresión que brotó de su
boca cuando era cachorra, alimentada según crecía y adoptada como latiguillo
después.
En esta ocasión, como en tantas otras,
eché a andar tras la pareja formando un conjunto disjunto.
Muchos años más tarde, con ocasión del
resurgir de Loba en el recuerdo,
confesé a mi padre que, de niño, en aquellos días de verano, sentía envidia de
nuestra perra; que me habría gustado un «—¡Vamos, hijo!» al iniciar su camino para
ir tras él al confín del mundo. Mi padre, mirándome desde adentro, respondió: «—¿Por qué no me lo dijiste, hijo?, lo habría dicho
todas las veces sin faltar una».
El tiempo no me dio ocasión para hablarle de otras cosas que nunca le dije. De momentos que me hubiera gustado compartir con él y de otros en los que me sentí en abandono. A buen seguro que de haberlo hecho su respuesta habría sido idéntica: «—¿Por qué no me lo dijiste, hijo?» … O eso necesito creer.
Las preguntas sin hacer, las respuestas
que no obtuve por no hacerlas, me siguen pesando como losa de granito encajada
en el hondón, sin resquicio que permita introducir una palanca para izarla.
Las interrogaciones, no. Me acompañan el
vivir como plaga de moscas tenaces, cojoneras del alma que machacan mi pensar
sin descanso alguno: —¿Pretendías que adivinara tus deseos?, —¿Qué buceara en
tu interior en busca de sentires? —Le dijiste ¿te necesito? O, iniciado su
caminar, —¿aferraste su mano para ir a su vera? —¿No?
Cuando llego al final de las
interrogaciones musito: —¡Vamos, Loba!
Y continuo mi caminar de vida y el regreso
al rosario de preguntas y adivinanza de respuestas.