Pesares
Santos Rejas Rodríguez
Las palabras pesan. Su peso específico está en
función de la imagen que evocan, principal componente.
¡Me gusta mi clavel! ‘clavel’, quizás por su
aroma, tiene un peso liviano, evanescente, casi. ¡Me gusta mi carnicera! ‘carnicera’
oficia de alud, desprende una circunvolución cerebral y la arrastra a lo largo
de la espina dorsal –que se decía antes- hasta los hondones, dado la multitud
de imágenes que puede despertar.
En lo de las palabras, siempre, lo he tenido claro.
Pero ¿y las miradas? ¿Pesan?
En mi pequeño mirador hacia la calle tengo ubicada
una mesa inestable, de Ikea; sobre ella se posa mi portátil. Sentado en un
cómodo sillón transfiero lo escrito desde el cuaderno urbano al procesador de
texto. En las pausas del pensar sobre lo transcrito, en busca del sinónimo
huidizo o simplemente descansando, poso la mirada sobre el discurrir de la vida
bajo mi balconcillo.
Hoy ha sido uno de esos días. Pasa una mujer. Camina
en paseo abstraída en su pensar. Independiente del entorno. Y entonces, cuando
apenas llevo mirándola unos pocos segundos, enlentece el paso, se atusa el pelo,
mira de soslayo…siento que ha sentido el peso de la mirada, mi mirada, y que si
continuo mirándola elevará sus ojos hacia el origen, los míos, que aparto con
presteza. De reojo contemplo como reanuda su ritmo de paseo íntimo.
¿Casualidad? ¿Intuición? ¿Sensibilidad a flor de
piel de la paseante? Retorno a mi escritura pero un run run interno me hace
repetir la experiencia. De nuevo quien transita la acera es también mujer.
Quizás más joven que la anterior. Miro fijamente el pañuelo coloreado que cubre
su cabeza. En acto reflejo de estímulo – respuesta, diría, se lleva una mano hacia él y se lo ajusta, lo
ahueca y, con disimulo, se gira mirando tras de sí…
Puedo asegurar que en ambas ocasiones la mirada
salida de mis ojos ha sido neutra. La primera vez incluso distraída, atrapada
por el movimiento de la transeúnte. La segunda, aunque intencionada, carente de
emotividad, por lo que deduzco que la distancia que separa el mirador del
asfalto las ha dotado de peso que, al llegar a su destinatario, carga sobre su
cuerpo haciéndose sentir.
¿Será correcta la conclusión? ¿Y si la mirada es
horizontal en lugar de vertical? ¿Pesará menos? ¿A mayor altitud más pesar? ¿Será
un mecanismo de defensa innato? ¿Cuándo y por qué se gestó? ¿Sucederá lo mismo
si el mirado fuera hombre?
Corro las cortinas y continúo con mí escribir. ¡Qué
pesares, por Dios!