Llaves maestras
Santos Rejas Rodríguez
Algunas palabras son llaves maestras que abren el
depósito de los recuerdos cuando menos lo esperas.
En un intercambio de pareceres sobre un asunto de actualidad
que no viene a este caso para que no asuma el protagonismo, una entrañable
amiga finalizó su intervención de este modo: «es lo que se llama espigueo
normativo, que es una práctica muy mal vista por ser rastrera».
La frialdad de una mañana de noviembre ha hecho
estremecer mis cansados huesos. La presencia de unas personas al otro lado de
la cancilla que separaba La Viña de la trocha que conducía hasta ella se
ha colado en mi cuarto de estar madrileño del aquí y ahora. Nunca pregunté el
origen del nombre de La Viña, pues la finca era un olivar con algunas
encinas, higueras y escasos árboles frutales. Precisamente los olivos fueron los
protagonistas.
El Sr. Parra, guardés de mal genio que no mandaba
ramitos de violetas a la Sra. Paca, su mujer, ni en noviembre ni en mes alguno,
finalizada la conversación con los del lado de la trocha, se aproximó a la vera
de nuestra casa donde estábamos mi padre y yo. —¿Quiénes eran? Preguntó mi
padre. —Gente de rebusco, ya los he despachado con viento fresco.
Para no ser cansino utilizaré la versión corta. Mi
padre, seguido por mí, se encaminó a la vereda. Llamó a los caminantes. Un
matrimonio de mediana edad y tres hijos. El mayor mas o menos de nueve años,
como yo entonces, y los autorizó a recorrer el olivar a «rebuscar» que, como me
explicó mi padre, consistía en hallar las aceitunas olvidadas tras su recogida
en verdeo o recolección completa.
A media tarde, con una esportilla mediada de
aceitunas, unas taleguillas rellenadas por mi madre con ropas y algunos
alimentos y, por supuesto, habiendo comido caliente, el matrimonio y sus tres
hijos continuaron por la trocha camino de un rebusco en otro olivar, práctica
mal vista en aquellos tiempos por según qué miradas.
El término «espigueo» ha obrado de apertura del
recuerdo y, rememorando a la familia, invisible a la vista de Dios, «arrastrándose»
por los suelos en busca de la aceituna escondida, de cierre. En medio los
tiempos aquellos y, presidiendo a todos, el aroma a mi padre. Tan inolvidable.