Drama o tragedia, esa es la elección
Santos Rejas Rodríguez
Estudié el bachillerato en un instituto. Avanzado para la
época, debo añadir, porque superado el elemental (cuarto curso y reválida) y en
el fogoso inicio de la adolescencia de entonces, la de ‘quince años tiene mi
amor’, las clases eran mixtas. Alumnos y alumnas, chicos y chicas, juntos y en
armonía, compartíamos aula. Quizás, por esa circunstancia, se denominaba ‘bachiller
superior’ al ciclo que comprendían los cursos quinto, sexto y preuniversitario.
Un pero: Pese a esta característica por aquel entonces tan libertaria,
el instituto estaba sometido a la influencia del nacional catolicismo imperante.
Llegada la ‘pascua florida’ había que doblegarse a los llamados ejercicios
espirituales, cuya descripción no es asunto de este aquí. Sí tengo que confesar
que algunas de las prédicas recibidas en dichos ejercicios del allí,
acojonaban, con perdón, pero es que acojonaban, al menos a los chicos; a las
chicas no sé qué expresión utilizar para el sentir de sus miedos. Los “no te
mires, no te toques…es pecado mortal. Hay besos que también lo son y, si mueres
sin confesión vas de cabeza al infierno por toda la eternidad”.
Me acongojaba más lo de “por toda la eternidad” que el infierno.
La idea de un infinito sin fin no tenía hueco en mi mente. Sigo igual.
¿Era o no cierto lo de ir al infierno? No hay evidencia
científica que lo demuestre, pero la información, la advertencia para
navegantes-adolescentes ahí quedó y, para algunos, en forma de trauma para toda
la vida, o sea para su eternidad del vivir.
Llegamos al momento histórico del aquí y ahora, la época del Covid-19. La prédica ha cambiado: “Lávate las manos, usa mascarilla, guarda la distancia, no hagas grupos…porque si no cumples las normas puedes morir”. Diferencia con la letanía de los ejercicios espirituales: ¡que este discurso sí tiene soporte científico!
La elección, pues, es cumplir o no cumplir lo que científicamente
se predica. Quien no hace caso, se contagia y muere, con su pan se lo coma, ha
sido su decisión. Suicida, claro. Drama impropio porque hay muerto, pero ha
sido por propia mano. Posiblemente sucia.
Ahora bien, si este
mismo ciudadano o ciudadana, adolescente o adulto, sabedor de las normas a
seguir, las incumple por su santa voluntad, se infecta y contagia a un ser
humano causándole la muerte el drama pasa a tragedia. Puede que por haber
matado a un prójimo no vaya al infierno, pero sí, por homicida, tiene que ir a
la cárcel. Si no por toda la eternidad, al menos por una temporada. Larga.