Verano
de tulipanes
Santos
Rejas Rodríguez
Tarde
cacereña de finales de junio. Acabo de regresar de Salamanca. Mi padre
comprueba, con sorpresa e incredulidad, el certificado que acredita que he
alcanzado el grado de madurez, el universitario.
En
compañía de amigos, a cuyos padres le embargaba la misma extrañeza que al mío, hago
cola. Se extiende desde la escalinata del Arco de la Estrella hasta la plazuela
de Santa María. Bajo la atenta mirada de un San Pedro de Alcántara que luce alguna
cagada de paloma, un individuo me escruta y una chica, joven y atractiva, como
toda mujer, toma notas en un cuaderno rayado.
—¡Quítate
las gafas! —que por entonces eran de sol, Ray Ban—. Y me las quito.
—¿Tu
parles français?, pregunta. —Oui,
parfaitement, respondo con chulería a juego con mis gafas.
Y
finalizado el casting, y, en unión de amigos igual de maduros tal y como como
nos había acreditado la universidad de Salamanca, nos adentramos en la tarde-noche
cacereña.
En
aquella época no había teléfonos móviles y pocos fijos. Pero se escuchaba la
radio: - ¡Te han nombrado por la radio! A ti y a una chica. Que a las 6,30 de
la mañana tenéis que estar en la Plaza. Sois los elegidos en la audición. Y a
esa hora tan temprana comenzó mi andadura por el rodaje de El tulipán negro
o La tulipe noire. Quizás porque los tulipanes, para los
franceses, sean femeninos, o porque se rodó en francés o acorde con el título
de la novela de don Alejandro. O vaya usted a saber.
Los
recuerdos emergen de su almacén cuando un olor, una música, una imagen…se lo
ordenan. Han reverdecido anécdotas de aquel rodaje. Una destaca: dentro de una
carroza, ‘mi duquesa’ y yo nos dirigimos a no sabíamos dónde. Los caballos
resbalan en el suelo empedrado. Se desbocan. Un hombre corre hacia ellos. Tira
de las bridas. Los detiene y se asoma a la ventanilla del carruaje: «¿vous
êtes bien?» pregunta. ¡Maintenant oui!, respondo. Y nos echamos unas risas
liberadora de ansiedades.
El
hombre de los ojos azules que paró los caballos, se interesó por nuestro
bienestar y con quien compartí risas, era Alain Delon. El mismo que ha pedido hace
unos días la eutanasia asistida. Solicitud que ha despertado este recuerdo que
dormía placenteramente en su almacén junto al de mala conciencia por haber
correspondido a su acción de detener los caballos con un escopetazo…Pero Alain,
amigo, yo no sabía que mi disparo, de cuando transmuté de duque a soldado, iba
dirigido a ti, me enteré al ver la película y Je suis vraiment désolé depuis ce jour.
Los
recuerdos son como las cerezas. Unos se engarzan a otros. Al finalizar el rodaje
en exteriores me propusieron continuarlo en los estudios y más allá. El hábito
de mi tía, la monja, tuvo más peso que el certificado de madurez preuniversitaria expedido por Salamanca. Y cercenó mi carrera cinematográfica.
A
cambio, y con el dinero ganado, —pagaron bien y me sentí rico—pude permitirme
unas vacaciones en las que conocí a mi amor de aquel verano, inolvidable y
presente hasta hoy.
Pero
ese recuerdo, unido al conocimiento de Virna Lisi, Akim Tamiroff, Adolfo
Marsillach y Christian Jaque junto a mis andaduras por el teatro a espaldas de mi tía,
la monja, es, son, otra historia.
Pues eso. Tempus fugit…y
lo pasao, disfrutao.