domingo, 9 de octubre de 2022

ONCOAYUDA

 Próxima la navidad...

Queridas amigas, queridos amigos, familia: Un año más la Fundación Oncoayuda ha prestado ayuda psicológica gratuita a pacientes oncológicos. Esta prestación, así como las restantes: prevención y tratamiento del tabaquismo, salud bucodental, apoyo social, investigación oncológica…es posible gracias a la generosidad de colaboradores voluntarios y a vuestras aportaciones económicas.

Soy uno de los patronos de la fundación, en concreto coordinando el área de la prestación psicológica. Mi deseo, de cara a los próximos meses, al menos los dos últimos del año y los primeros del próximo, es duplicar la consulta de psicología con objeto de eliminar lista de espera y que los pacientes reciban con inmediatez la ayuda precisa.

Con una pequeña aportación lo podemos conseguir. Os adjunto la dirección de nuestra web a través de la cual nos la podéis hacer llegar:

 https://www.fundaciononcoayuda.com/colaborar/

Gracias como siempre. Con mi cariño.

Santos

Pd. ¡¡¡Y toda aportación se desgrava en la declaración de la renta, es automático!!!


martes, 20 de septiembre de 2022

Despedidas...y reencuentros

 

Despedidas… y reencuentros

Santos Rejas Rodríguez

Septiembre de 1993. El tren se aleja y la mirada compartida salta en pedazos como carámbano pisoteado. Los ojos de la viajera buscan un punto de aterrizaje para posarse. Quiere evitar que la acuosa cortina que los humedece se convierta en torrentera. Necesita llenar el vacío de la ausencia.

El marcador facilita la apertura y el libro se ofrenda. Unas líneas manuscritas cuelgan de la cita impresa: «como la cal blanca de las casas de los pueblos andaluces. Como Mojácar. Como el aire tibio del Generalife».


Y el recuerdo de los días pasados, su luz y aroma…y la fugacidad de la vida, gira en su interior como ocupantes de noria que ha perdido el rumbo.  Sus ojos se cierran para combatir el vértigo. Y el blanco transmuta al gris opaco, casi negro.

Setiembre de 2022, al filo de la tarde incierta, un aviso en sordina indica la llegada del mensaje. Una fotografía llena la pantalla del teléfono. El destinatario, el que un día contempló desde el andén lo efímero que es lo eterno, descifra con dificultad lo que un día escribió en el libro obsequiado a la viajera: «En un corazón tan blanco se aprecian mejor las heridas y necesitan manos que curen, que detengan el dolor que se escapa por ellas. No cualquier mano sirve. Por eso, cuando se encuentran las que calman el dolor, las que llenan de vida, las sujetamos con las nuestras y no las dejamos escapar. Las estrechamos tan profundamente contra nuestro corazón que ya nos son propias, insustituibles, eternas. Madrid 14-9-93. Fin de trayecto ¿o parada? Momentánea».



Una sonrisa, huérfana de la nostalgia que tiñe recuerdos, se cincela en el rostro del lector.

La vida.

Tan inconmensurable y sobrecogedora.

Tan llena de instantes eternos….

Gracias, Javier.

martes, 23 de agosto de 2022

 

Caminando el verano

Santos Rejas Rodríguez

18/08/2018 ( Y parece que fue ayer…)

Hay ocasiones que el tiempo late con lentitud. Cuesta trabajo distinguir al día de hoy del de ayer. La rutina se asienta en el caminar de la vida porque, quizás, se ha hecho de quieto. O puede que se haya disfrazado con la espera del autoengaño, la del «hoy no vendrá, pero mañana sí», que se decían Vladimir y Estragón cuando, inútilmente, aguardaban a su Godot.

 


En otros momentos, en mañanas de verano aún templadas, contemplando el deambular tranquilo de paseantes ociosos, brota con cautela la esperanza de que en cualquier momento, en cualquier lugar, un cruce de miradas, la sonrisa compartida, la caricia fugaz, la mano en la mano o el pellizco en lo hondo mitigue el quejido del: «¡Qué horror, no pasa nada!».

Y en esos trajines andaba cuando, en el banco contiguo a la mesa de terraza que ocupo, un hombre le dice a otro: ¡Sé que me has dicho tu nombre, pero lo he olvidado!Y el aludido, tras una pausa larga como la mañana, responde: ¿Te he dicho mi nombre? ¡Pues no lo recuerdo!

Sin apagarse el eco de la conversación, me levanto y sigo caminando el verano.

La espera para conocer el final no me tienta.

El día empieza a calentar.

 

jueves, 9 de junio de 2022

Motivación para escribir

 

Motivación para escribir

Santos Rejas Rodríguez

A la pregunta ¿por qué escribes? Me salió rápida y sin pensar la respuesta:

Escribo porque tengo interés en conocer la parte humana del ser humano que, aunque en ocasiones dudemos que la tiene... la tiene, la tenemos.

Me interesa la zona de gozos y la de sombras, la de la risa y el llanto, la efervescente y la callada, la oculta y la evidente. Y todas ellas en su conjunto y cada una individualizada, las que forman parte de un ser incipiente, niña o niño, o en evolución y en lucha constante consigo mismo: en la adolescencia… También en la edad madura, en el declive o a las puertas de un más allá incierto y sin respuestas aún a pesar del tiempo en que el ser humano se está haciendo la pregunta de ¿Quién soy?  ¿de dónde vengo? y si iré alguna parte.



Y siento curiosidad, también, por el entorno en el que cada una de esas facetas se han desarrollado y existen o han existido. Y cuáles son sus costumbres. Es decir, y en resumen, soy un costumbrista convencido, quizá trasnochado, pero es lo que soy como escritor y por lo que escribo, sobre las cosas que pasan, sobre el caminar la vida del ser humano.

 También, lo de escribir, lo necesito por supervivencia, como válvula de escape que alivie el dolor de los hondones, el que genera el sufrimiento de seres humanos próximos sin poder mitigarlos.

Y quizás escriba por la esperanza de conocerme un poco, buscando dentro de mi alguno de esos componentes humanos que percibo en los demás y, que, como se dice por mi tierra: pué que los haiga.

Pues eso.

sábado, 30 de abril de 2022

Verano de tulipanes

 Verano de tulipanes

Santos Rejas Rodríguez

Tarde cacereña de finales de junio. Acabo de regresar de Salamanca. Mi padre comprueba, con sorpresa e incredulidad, el certificado que acredita que he alcanzado el grado de madurez, el universitario.

En compañía de amigos, a cuyos padres le embargaba la misma extrañeza que al mío, hago cola. Se extiende desde la escalinata del Arco de la Estrella hasta la plazuela de Santa María. Bajo la atenta mirada de un San Pedro de Alcántara que luce alguna cagada de paloma, un individuo me escruta y una chica, joven y atractiva, como toda mujer, toma notas en un cuaderno rayado.

—¡Quítate las gafas! —que por entonces eran de sol, Ray Ban—. Y me las quito.

—¿Tu parles français?, pregunta.Oui, parfaitement, respondo con chulería a juego con mis gafas.

Y finalizado el casting, y, en unión de amigos igual de maduros tal y como como nos había acreditado la universidad de Salamanca, nos adentramos en la tarde-noche cacereña.

En aquella época no había teléfonos móviles y pocos fijos. Pero se escuchaba la radio: - ¡Te han nombrado por la radio! A ti y a una chica. Que a las 6,30 de la mañana tenéis que estar en la Plaza. Sois los elegidos en la audición. Y a esa hora tan temprana comenzó mi andadura por el rodaje de El tulipán negro o La tulipe noire. Quizás porque los tulipanes, para los franceses, sean femeninos, o porque se rodó en francés o acorde con el título de la novela de don Alejandro. O vaya usted a saber.

Los recuerdos emergen de su almacén cuando un olor, una música, una imagen…se lo ordenan. Han reverdecido anécdotas de aquel rodaje. Una destaca: dentro de una carroza, ‘mi duquesa’ y yo nos dirigimos a no sabíamos dónde. Los caballos resbalan en el suelo empedrado. Se desbocan. Un hombre corre hacia ellos. Tira de las bridas. Los detiene y se asoma a la ventanilla del carruaje: «¿vous êtes bien?» pregunta.  ¡Maintenant oui!, respondo. Y nos echamos unas risas liberadora de ansiedades.

El hombre de los ojos azules que paró los caballos, se interesó por nuestro bienestar y con quien compartí risas, era Alain Delon. El mismo que ha pedido hace unos días la eutanasia asistida. Solicitud que ha despertado este recuerdo que dormía placenteramente en su almacén junto al de mala conciencia por haber correspondido a su acción de detener los caballos con un escopetazo…Pero Alain, amigo, yo no sabía que mi disparo, de cuando transmuté de duque a soldado, iba dirigido a ti, me enteré al ver la película y  Je suis vraiment désolé depuis ce jour.

Los recuerdos son como las cerezas. Unos se engarzan a otros. Al finalizar el rodaje en exteriores me propusieron continuarlo en los estudios y más allá. El hábito de mi tía, la monja, tuvo más peso que el certificado de madurez preuniversitaria expedido por Salamanca. Y cercenó mi carrera cinematográfica.

A cambio, y con el dinero ganado, —pagaron bien y me sentí rico—pude permitirme unas vacaciones en las que conocí a mi amor de aquel verano, inolvidable y presente hasta hoy.

Pero ese recuerdo, unido al conocimiento de Virna Lisi, Akim Tamiroff, Adolfo Marsillach y Christian Jaque junto a mis andaduras por el teatro a espaldas de mi tía, la monja, es, son, otra historia.

Pues eso. Tempus fugit…y lo pasao, disfrutao.

jueves, 21 de abril de 2022

Otoño y primavera

 

Otoño y primavera

Santos Rejas Rodríguez

 

Antigua Casa del Heno

Mucho tiempo después de ayer

 

Quizás no sea un buen comienzo para una carta de amor. De las que, desafortunadamente, ni se escriben ni reciben. Y puede que esta no lo sea, aunque yo lo sienta así.

La mañana ha nacido fría, de escarcha. El despertar del día es lento, de montaña perezosa. El aire helado aleja los pensamientos negativos, como si nunca hubieran anidado. Y de repente, en este entorno, has reverdecido tú. Con la intensidad de entonces, con la misma existencia vívida de siempre. Sin despertar añoranzas, aunque sí, confieso, nostalgia. O quizás sea al revés. Da igual.

El olor. El olor a ti ha despertado mis sentidos, haciendo que el día de hoy sea el de después de ayer…como si no hubiera transcurrido el tiempo entre el antes y el hoy.

El discurrir del agua, impetuosa, en busca de una libertad sin retorno cuando se haga valle, unido al incipiente oro de otoño, hizo tu presencia tan tangible que tendí la mano para asir la tuya y volver a caminar juntos…

Y desapareciste de nuevo.

Como en aquella ocasión.

Y esta vez para siempre.

También como entonces. Amor…

Mae



Un domingo de abril

Hoy

 

Hola Mae. He tenido muchas dudas antes de decidirme a responder a tu carta. La leí de tirón al sacarla del sobre. Y me quedé mudo. No de habla, sino de preguntas y respuestas. Hoy la he recuperado del hondón de mi bolsillo donde la oculté con intención del olvido, de quien no sabe qué hacer.

Me inundó la misma incapacidad que cuando tengo que expresar sentimiento de condolencia a alguien que ha perdido un ser querido. No sé qué decir. Tu carta me dejó en carne viva hasta el forro del alma, caso que exista uno y otra. El vacío de la soledad no compartida, el que rezumas por ausencia imposible de consuelo, no tiene palabras que lo llene o, al menos, yo, no las tengo.

Te decía al principio que he dudado en escribirte, en responder a tu carta. Carta que se cogió de mi mano cuando la puse sobre ella y me eligió destinatario cuando dormía dentro de una caja de zapatos. Carta entretejida entre otras muchas, también abandonadas y silenciosas, en un puesto callejero del Rastro madrileño.

Y por eso te he escrito. Y te he dejado la respuesta dentro de un sobre, tan deslucido como el tuyo para que pase inadvertido entre los que allí aguardan. En el mismo puesto de la Ribera de Curtidores. Dentro de la misma caja de zapatos. A la espera de que se coja de una mano tendida.

Quizás de la tuya, Mae.

Y hablamos.

Y me cuentas.

Y te cuento…

Javier

sábado, 19 de marzo de 2022

El tiempo...

 

El tiempo…

Santos Rejas Rodríguez

El tiempo transcurre al ritmo que le place. Su caminar no es uniforme como pretende convencernos el reloj o el calendario. Cuando se utiliza uno u otro como patrón de medida de ausencias, por ejemplo, se evidencia lo dicho. No necesita explicación. Una ausencia, medida en horas, meses o años se aleja hasta el infinito, parece perdida, e instantes después está en cercanía de aliento; hace sentir su presencia en carne viva, en el aquí y ahora.

En una tarde de verano, calurosa y tocando a su fin, sobre una mesa – libro, de aquellas de comedor clásico, vintage diríamos ahora, escribí:

«Hace escasas horas que ha muerto un buen hombre. Un hombre bueno. Mi padre. Con él tengo muchas conversaciones pospuestas, perdidas ya. Nos faltaron, en especial a mí, palabras que trasmitieran los afectos que nos sentíamos. Intensos, muy intensos; adivinados pero embargados por la timidez de la expresión».

Desde entonces, desde ese instante, no hay día (formado en ocasiones por incontables horas y otros por fugaces segundos), que no le hable, cuente o dialogue con él. Con la ansiedad de mitigar, que no recuperar, aquellos silencios.



Hoy es uno de esos días que le he contado, entre otras cosas, que ignoro qué fue de la mesa libro sobre la que le escribí. Si en alguna otra casa se despliega en acontecimientos que requieren espacio para asentarse a su alrededor los comensales que un día formaron el núcleo familiar o fue desgajada y yace en astillas satisfechas de los deberes cumplidos.

También le he informado que, por este mundo nuestro, de presencia, cabalgan de nuevo los jinetes. Que sin preaviso se presentó la Peste y de su mano tomó el testigo la Guerra. Y que sus dos compañeros, inseparables, recogen la cosecha en los territorios asolados por ambos.

Padre, en aquella ocasión añadí a mi escrito: «No has llamado para decirnos si llegaste bien. ¡Con lo exigente que siempre fuiste con nosotros en esa cuestión!».

Dado el tiempo transcurrido desde entonces sospecho que aun estás en camino. De Cáceres a la eternidad, y en tren, debe tardarse un huevo en llegar…y quizás la yema del otro, como solías decir. Pues eso. Que es el día del padre. Felicidades donde estés de este tu hijo, que te quiere. Adiós, adiós, que sabes es un hasta siempre.