Otoño y primavera
Santos Rejas Rodríguez
Antigua Casa del Heno
Mucho tiempo después de
ayer
Quizás no sea un buen comienzo para una carta de amor. De
las que, desafortunadamente, ni se escriben ni reciben. Y puede que esta no lo sea,
aunque yo lo sienta así.
La mañana ha nacido fría, de escarcha. El despertar del día
es lento, de montaña perezosa. El aire helado aleja los pensamientos negativos,
como si nunca hubieran anidado. Y de repente, en este entorno, has reverdecido
tú. Con la intensidad de entonces, con la misma existencia vívida de siempre.
Sin despertar añoranzas, aunque sí, confieso, nostalgia. O quizás sea al revés.
Da igual.
El olor. El olor a ti ha despertado mis sentidos, haciendo
que el día de hoy sea el de después de ayer…como si no hubiera transcurrido el
tiempo entre el antes y el hoy.
El discurrir del agua, impetuosa, en busca de una libertad
sin retorno cuando se haga valle, unido al incipiente oro de otoño, hizo tu
presencia tan tangible que tendí la mano para asir la tuya y volver a caminar
juntos…
Y desapareciste de nuevo.
Como en aquella ocasión.
Y esta vez para siempre.
También como entonces. Amor…
Mae
Un domingo de abril
Hoy
Hola Mae. He tenido muchas dudas antes de decidirme a
responder a tu carta. La leí de tirón al sacarla del sobre. Y me quedé mudo. No
de habla, sino de preguntas y respuestas. Hoy la he recuperado del hondón de mi
bolsillo donde la oculté con intención del olvido, de quien no sabe qué hacer.
Me inundó la misma incapacidad que cuando tengo que
expresar sentimiento de condolencia a alguien que ha perdido un ser querido. No
sé qué decir. Tu carta me dejó en carne viva hasta el forro del alma, caso que
exista uno y otra. El vacío de la soledad no compartida, el que rezumas por
ausencia imposible de consuelo, no tiene palabras que lo llene o, al menos, yo,
no las tengo.
Te decía al principio que he dudado en escribirte, en
responder a tu carta. Carta que se cogió de mi mano cuando la puse sobre ella y
me eligió destinatario cuando dormía dentro de una caja de zapatos. Carta
entretejida entre otras muchas, también abandonadas y silenciosas, en un puesto
callejero del Rastro madrileño.
Y por eso te he escrito. Y te he dejado la respuesta dentro
de un sobre, tan deslucido como el tuyo para que pase inadvertido entre los que
allí aguardan. En el mismo puesto de la Ribera de Curtidores. Dentro de la misma
caja de zapatos. A la espera de que se coja de una mano tendida.
Quizás de la tuya, Mae.
Y hablamos.
Y me cuentas.
Y te cuento…
Javier
1 comentario:
Precioso, sencillamente.
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