domingo, 9 de agosto de 2020

Pulgar

 Ese dedo pulgar

Santos Rejas Rodríguez

Es un dedo que no apunta ni señala, como su vecino índice; ni presume de su utilidad ni asume protagonismo. No lleva anillos como su compañero anular, ni horada la cavidad auditiva para atemperar picores, como el meñique ni, mucho menos, se denomina ˂˂corazón˃˃. Es un dedo escondido, a tras mano.

No hace sombra a sus compañeros de mano pese a su utilidad innegable: hace pinza con el índice para asir el útil con el que ahora escribo, para apresar a la aceituna que, solitaria en el platillo, se resiste a ser atrapada o para calibrar la pizca de sal que dará el toque de sabor al guiso…También para alzar la copa y brindar por el mejor invento existencial: la vida.

Un dedo que ha servido, y sigue sirviendo, como seña de identidad de quien no sabía o sabe refrendarla de otro modo, estampándolo en documento público o misiva llegada a un cuartel de los de antes…


Es el dedo que en el caminar de vida, asidas las manos, se hace presente cuando con la suavidad que le caracteriza, para no molestar, acaricia con dulzura el dorso de la mano que a la suya hace compañía…

Su ausencia en el envés de la otra mano, el abandono de su besar sin labios puede llagar de dolor los hondones del alma. O lo que haya por los adentros. 

martes, 4 de agosto de 2020

Cosas que yo escribí

AMORES DE VERANO

SANTOS REJAS RODRÍGUEZ

 

               Traspasar la barrera de la visibilidad tiene su aquel. Al principio no se es consciente de la transmutación. Al sentarte a una mesa de terraza, en la insoportable arena de la playa o en cualquier otro lugar piensas que todo el mundo te ignora porque cada peña va a lo suyo; que las conversaciones no se detienen por suponerte desconocedor del idioma, o simplemente, por la distracción que sufre la gente. 

Pero no, ha ocurrido, sin saber exactamente cuando, que te has vuelto invisible. Utilizando término al uso – más vulgar que cruel, diría- que ya no estás en el mercado del sexo complementario. Y hay casos que ni en el propio. La desazón es inevitable vistas como vistas el tránsito. Pero quien no positiviza estados irreparables e irreversibles es porque no puede. ¡Y mira que es fácil en verano! Basta con recorrer con la mirada cualquiera de los escenarios en los que ya eres mero espectador, para hacerte cargo de los sufrimientos en ciernes de muchos de los protagonistas. 


Por ejemplo: en este instante, a orillas del río Guadalquivir y la Torre de Oro como fondo, un nutrido grupo de ellos y ellas, comienzan a inspirar el engañoso aroma del jazmín que, al filo de la madrugada confundirán con la llegada del amor. Con ¡esta vez sí, te lo juro! ¡Que es de verdad, el que siempre soñé: ¡El amor de mi vida…! 

Y desde ese amanecer, a sufrir. A sumergirse en las aguas del temor a la pérdida de lo recién adquirido; a la insoportable espera de la siguiente cita, al retorno a la angustia inconmensurable de la adolescencia ya superada con más o menos éxito; a la caída en el vacío existencial del bien lleno de muchos males. 

Pues todo eso se evita al pasar a la clandestinidad del mundo visible… y otrora tangible, pérdida esta más sentida. Y te añades, consuelo final, que peor hubiera sido convertirse en la mujer barbuda o el hombre elefante. Pues eso.