TRISTEZA
Santos Rejas Rodríguez
Camino
hacia mi ubicación laboral para cumplir con mi horario. El trayecto es
transitado a esas horas por padres o madres que acompañan a sus hijos a los
colegios próximos. Veo como se aproximan de frente madre e hijo asidos de la mano. Es una estampa que,
por razones que no vienen hoy al caso, unas veces la transformo en eclipse
total haciéndola desaparecer de mi vista y otras me recreo como si fuera arco
iris esplendoroso, sustentado entre alma y alma. Hoy mi estado de ánimo es
fuerte, quizás por ser fin de semana e
inicio de unas cortas vacaciones o porque ‘la roja’, sin peros que valgan, han
mostrado a Europa que aún nos cabe la esperanza…aunque sea en competiciones
deportivas. Y por ello es día de arco iris, de gozar de la visión de una madre
que acompaña a su hijo al colegio.
Quienes
se aproximan portan la apariencia de cualquier madre e hijo españoles, de clase
social y económica media. Conforme nos restamos distancia observo que la madre.
de edad no superior a la treintena, es mujer de atractivo moderado y decidido andar. El niño,
en el entorno de los cinco años, es frágil de constitución y despierta ternura El esbozo de mi sonrisa al contemplar la
escena se va ensanchando considerablemente ante el inminente encuentro y, al
mismo tiempo, se expande por mi
interior un sentimiento agridulce preñado de añoranzas…Al
coincidir en el mismo espacio, y en el instante fugaz que nuestros caminos se
entrecruzan para hacerlos opuestos, la frase de la madre al niño me llega clara
y diáfana: ¡Un día salgo de casa y no vuelvo…! Y la tristeza me dejó congelada
el alma.