martes, 25 de diciembre de 2018

Ausencias


Ausencias…

Santos Rejas Rodríguez


No echo de menos nada en concreto, sino tu compañía.
La de cualquier momento que tenga tu presencia.
No reconozco otra. Ninguna otra voz me aturde ni me sobrecoge.
Echo de menos tu mano, la calidez de esa mano que aprisiona mis dedos.
A ti, que eres el artífice de mi emoción.
Esta mente vacía que ahora escribe, que no reconoce el rumbo sino el del sentimiento, no habla ni aprisiona palabras porque solo razona con el fulgor del beso.
Te echo de menos.
Intensamente.
 Como si sin ti no fuera nadie o fuera poca cosa.
Te echo de menos.
Amablemente se suceden las cosas que recuerdo de tu cercanía y tiemblo tan solo al pensar en el roce de tu mano.
Quiero tu querer.
Quiero esa muerte dulce en la que caía al coger entre tus manos mi cara.
¿Qué más esclavitud? ¿Qué hechizo?
Estoy rodeado de tu halo y no sé vivir sin ti, (El sol no brilla…).


Ya no sé si sé caminar solo; voy cogido de tu mano en todas partes.
Deseo tu mano.
Tu mano me agarra y me posee.
De ella voy tranquilo.
(Navidad… ¡Me cuesta tanto olvidarte!)

viernes, 14 de diciembre de 2018

La carne, el espíritu y los renos


La carne, el espíritu y los renos

Santos Rejas Rodríguez


«—Generosidad, porfa, que siempre sueles ganar tú» es el ruego con el que el espíritu acaba por ganar la partida a la carne, me hace embutir las zapatillas en los pies y marchar al gimnasio.

La cena de la noche precedente ha estado cuajada de risas liberadoras de congojas contenidas y de sentires solidarios con dolores y miedos ajenos. Ha cumplido, pues, su fin terapéutico. Ahora es preciso purificar la carne, el cuerpo, de los excesos del comer y beber. El ejercicio moderado se impone.

Caminar a ninguna parte en la cinta sin fin, constreñir y dilatar abductores, elevar pesas sin conocimiento y empecinarse en hacer flexiones hasta balbucear a duras penas «—la madre que me parió…no puedo más» van expulsando los azúcares, grasas, hidratos, alcoholes…de aquellas chistorras, carrilleras, bacalaos, vinos, fantas y…aquí mi componente carnal se planta: — ¡el vodka ni tocarlo! ¡Se queda de recuerdo! Y se quedó.

El sol brilla a la salida. Las hojas se arremolinan y festejan con revoloteo alegre su liberación del árbol que, bajo el pretexto de alimentarlas, las ha tenido cautivas…—Ves, ha merecido la pena, musita el espíritu. —Calla, calla, son las endorfinas quienes hablan por mí. —Ya verás, continúa inmisericorde la carne, —cómo un patinete, invisible y cabrón, arruina el esfuerzo o una inocente criatura, zapateando un charco, te pone de agua hasta los sobacos y…

Haciendo oídos sordos a la confrontación entre carne y espíritu, como si presidente de gobierno fuera, pongo ante mí un té rojo y comienzo a repasar los titulares de las noticias de la semana pasada que, como suelen ser negativas pero pasadas, no me intranquilizan.


 Y de repente, leo: «una maestra es despedida por revelar a sus alumnos de seis años quien es de verdad Papá Noel» que arrasa la cosecha de neurotransmisores. No da más pistas ni añade otros datos que me lleve a saber: — ¿y quién es él? ¿Y dónde vive? Para poder preguntarle: ¿Por qué nunca me trajiste lo que pedía? ¿Por qué se meaban tus renos en el árbol? Interrogantes que me tienen en un sin vivir y me cuestan una pasta en interminable psicoanálisis.

Un: — ¡Te lo dije! resuena en lo interno. —Haber dejado el cuerpo en la cama y al espíritu vagando sueños! ¡So pringao! 

Pues eso…

(Cena navideña IOB 2018)