sábado, 30 de abril de 2022

Verano de tulipanes

 Verano de tulipanes

Santos Rejas Rodríguez

Tarde cacereña de finales de junio. Acabo de regresar de Salamanca. Mi padre comprueba, con sorpresa e incredulidad, el certificado que acredita que he alcanzado el grado de madurez, el universitario.

En compañía de amigos, a cuyos padres le embargaba la misma extrañeza que al mío, hago cola. Se extiende desde la escalinata del Arco de la Estrella hasta la plazuela de Santa María. Bajo la atenta mirada de un San Pedro de Alcántara que luce alguna cagada de paloma, un individuo me escruta y una chica, joven y atractiva, como toda mujer, toma notas en un cuaderno rayado.

—¡Quítate las gafas! —que por entonces eran de sol, Ray Ban—. Y me las quito.

—¿Tu parles français?, pregunta.Oui, parfaitement, respondo con chulería a juego con mis gafas.

Y finalizado el casting, y, en unión de amigos igual de maduros tal y como como nos había acreditado la universidad de Salamanca, nos adentramos en la tarde-noche cacereña.

En aquella época no había teléfonos móviles y pocos fijos. Pero se escuchaba la radio: - ¡Te han nombrado por la radio! A ti y a una chica. Que a las 6,30 de la mañana tenéis que estar en la Plaza. Sois los elegidos en la audición. Y a esa hora tan temprana comenzó mi andadura por el rodaje de El tulipán negro o La tulipe noire. Quizás porque los tulipanes, para los franceses, sean femeninos, o porque se rodó en francés o acorde con el título de la novela de don Alejandro. O vaya usted a saber.

Los recuerdos emergen de su almacén cuando un olor, una música, una imagen…se lo ordenan. Han reverdecido anécdotas de aquel rodaje. Una destaca: dentro de una carroza, ‘mi duquesa’ y yo nos dirigimos a no sabíamos dónde. Los caballos resbalan en el suelo empedrado. Se desbocan. Un hombre corre hacia ellos. Tira de las bridas. Los detiene y se asoma a la ventanilla del carruaje: «¿vous êtes bien?» pregunta.  ¡Maintenant oui!, respondo. Y nos echamos unas risas liberadora de ansiedades.

El hombre de los ojos azules que paró los caballos, se interesó por nuestro bienestar y con quien compartí risas, era Alain Delon. El mismo que ha pedido hace unos días la eutanasia asistida. Solicitud que ha despertado este recuerdo que dormía placenteramente en su almacén junto al de mala conciencia por haber correspondido a su acción de detener los caballos con un escopetazo…Pero Alain, amigo, yo no sabía que mi disparo, de cuando transmuté de duque a soldado, iba dirigido a ti, me enteré al ver la película y  Je suis vraiment désolé depuis ce jour.

Los recuerdos son como las cerezas. Unos se engarzan a otros. Al finalizar el rodaje en exteriores me propusieron continuarlo en los estudios y más allá. El hábito de mi tía, la monja, tuvo más peso que el certificado de madurez preuniversitaria expedido por Salamanca. Y cercenó mi carrera cinematográfica.

A cambio, y con el dinero ganado, —pagaron bien y me sentí rico—pude permitirme unas vacaciones en las que conocí a mi amor de aquel verano, inolvidable y presente hasta hoy.

Pero ese recuerdo, unido al conocimiento de Virna Lisi, Akim Tamiroff, Adolfo Marsillach y Christian Jaque junto a mis andaduras por el teatro a espaldas de mi tía, la monja, es, son, otra historia.

Pues eso. Tempus fugit…y lo pasao, disfrutao.

jueves, 21 de abril de 2022

Otoño y primavera

 

Otoño y primavera

Santos Rejas Rodríguez

 

Antigua Casa del Heno

Mucho tiempo después de ayer

 

Quizás no sea un buen comienzo para una carta de amor. De las que, desafortunadamente, ni se escriben ni reciben. Y puede que esta no lo sea, aunque yo lo sienta así.

La mañana ha nacido fría, de escarcha. El despertar del día es lento, de montaña perezosa. El aire helado aleja los pensamientos negativos, como si nunca hubieran anidado. Y de repente, en este entorno, has reverdecido tú. Con la intensidad de entonces, con la misma existencia vívida de siempre. Sin despertar añoranzas, aunque sí, confieso, nostalgia. O quizás sea al revés. Da igual.

El olor. El olor a ti ha despertado mis sentidos, haciendo que el día de hoy sea el de después de ayer…como si no hubiera transcurrido el tiempo entre el antes y el hoy.

El discurrir del agua, impetuosa, en busca de una libertad sin retorno cuando se haga valle, unido al incipiente oro de otoño, hizo tu presencia tan tangible que tendí la mano para asir la tuya y volver a caminar juntos…

Y desapareciste de nuevo.

Como en aquella ocasión.

Y esta vez para siempre.

También como entonces. Amor…

Mae



Un domingo de abril

Hoy

 

Hola Mae. He tenido muchas dudas antes de decidirme a responder a tu carta. La leí de tirón al sacarla del sobre. Y me quedé mudo. No de habla, sino de preguntas y respuestas. Hoy la he recuperado del hondón de mi bolsillo donde la oculté con intención del olvido, de quien no sabe qué hacer.

Me inundó la misma incapacidad que cuando tengo que expresar sentimiento de condolencia a alguien que ha perdido un ser querido. No sé qué decir. Tu carta me dejó en carne viva hasta el forro del alma, caso que exista uno y otra. El vacío de la soledad no compartida, el que rezumas por ausencia imposible de consuelo, no tiene palabras que lo llene o, al menos, yo, no las tengo.

Te decía al principio que he dudado en escribirte, en responder a tu carta. Carta que se cogió de mi mano cuando la puse sobre ella y me eligió destinatario cuando dormía dentro de una caja de zapatos. Carta entretejida entre otras muchas, también abandonadas y silenciosas, en un puesto callejero del Rastro madrileño.

Y por eso te he escrito. Y te he dejado la respuesta dentro de un sobre, tan deslucido como el tuyo para que pase inadvertido entre los que allí aguardan. En el mismo puesto de la Ribera de Curtidores. Dentro de la misma caja de zapatos. A la espera de que se coja de una mano tendida.

Quizás de la tuya, Mae.

Y hablamos.

Y me cuentas.

Y te cuento…

Javier