La vocación y (o) la vida
Santos Rejas Rodríguez
Naces a la vida dando berridos y, tras una pausa
más o menos larga, comienzas a caminarla. A cuatro patas. Tan ricamente. Y así continuarías
si no fuera porque una mano envidiosa, y adulta, se agarra a la tuya y te obliga
a hacer la andadura a su imagen y semejanza. Bípeda. Te convierte en un bípedo.
No lo sabes, pero acabas de cagarla. Desde ese
momento tus pasos se encaminarán sin remedio a una etapa de contrasentidos,
incertidumbre y desolación: la adolescencia. La época que te
marcará. La que te pone de cara al: ¿ qué hago con mi vida? Y en la que planeas
tu futuro. Quiero ser: «piloto, fontanero, médico
o explorador de lo no explorado o... yo qué sé»,
entre otras opciones igual de absurdas.
Tras idas y venidas y vueltas y revueltas («¿dime amigo a dónde vas?»), y dado
que en esa etapa inmisericorde quieres ayudar a los seres humanos, incluido el que te
jodió el caminar a cuatro patas, decides, por ejemplo, ser psicólogo. Como eres
de ideas fijas y decisiones firmes, dedicas los cincuenta o más años de vida a
limpiar traumas ajenos y otras bajezas de la alfombra. Misión cumplida, a
disfrutar del retiro y a la espera del desenlace.
En alguna ocasión he mencionado que existen vocecitas cabronas.
Añado que también las hay muy hijas de puta: «¿a lo que dedicaste tu caminar,
bípedo, era tu verdadero destino?» pregunta la vocecilla aludida, y añade sin
respiro: «¿le ha dado sentido a tu vida?, ¿mereció la pena? ¿en el desnacer te
despedirás con la sonrisa del deber cumplido o con el berrido de la nascencia?».
Meditando respuestas una semilla germina y eclosiona: ¡No! ¡Ni por asomo! ¡No era eso, no era eso!
Y el grito, surgido desde lo hondo, sin piedad alguna, te suelta: «tenías
que haber dedicado la vida a sexador de aves y gallero profesional, como don
Luis Macarena, el Cojo». Y remata: «El cambio de las cuatro patas a dos y el
trancazo de la adolescencia fueron los culpables de un desvío que ya no tiene vuelta
atrás».
Pues eso.