Despedidas… y reencuentros
Santos Rejas Rodríguez
Septiembre de 1993. El
tren se aleja y la mirada compartida salta en pedazos como carámbano pisoteado.
Los ojos de la viajera buscan un punto de aterrizaje para posarse. Quiere
evitar que la acuosa cortina que los humedece se convierta en torrentera. Necesita llenar el vacío de la ausencia.
El marcador facilita la apertura y el libro se ofrenda.
Unas líneas manuscritas cuelgan de la cita impresa: «como la cal blanca de las
casas de los pueblos andaluces. Como Mojácar. Como el aire tibio del
Generalife».
Y el recuerdo de los días pasados, su luz y aroma…y la fugacidad de la vida, gira en su interior como ocupantes de noria que ha perdido el rumbo. Sus ojos se cierran para combatir el vértigo. Y el blanco transmuta al gris opaco, casi negro.
Setiembre de 2022, al
filo de la tarde incierta, un aviso en sordina indica la llegada del mensaje.
Una fotografía llena la pantalla del teléfono. El destinatario, el que un día
contempló desde el andén lo efímero que es lo eterno, descifra con dificultad
lo que un día escribió en el libro obsequiado a la viajera: «En un corazón tan
blanco se aprecian mejor las heridas y necesitan manos que curen, que detengan
el dolor que se escapa por ellas. No cualquier mano sirve. Por eso, cuando se
encuentran las que calman el dolor, las que llenan de vida, las sujetamos con
las nuestras y no las dejamos escapar. Las estrechamos tan profundamente contra
nuestro corazón que ya nos son propias, insustituibles, eternas. Madrid
14-9-93. Fin de trayecto ¿o parada? Momentánea».
Una sonrisa, huérfana de la nostalgia que tiñe recuerdos, se cincela en el rostro del lector.
La vida.
Tan inconmensurable y sobrecogedora.
Tan llena de instantes eternos….
Gracias, Javier.