sábado, 31 de marzo de 2018

PAZ


Paz

Santos Rejas Rodríguez


Ni con su atributo de «santa» pudo imaginar Isabel, la de Portugal, que un día muy alejado de su muerte una plaza que lleva su nombre se inundaría de repiques de tambores y olores de incienso; de ese olor que ahuyentaba los rancios desprendidos de cuerpos de cofrades huérfanos del baño sabatino.

El repiquetear de tambores próximos es contestado por otro más alejado en clara respuesta contundente, violenta, agresiva…y cuando parece inevitable que los unos se abalancen sobre los otros, una voz dulce, apaciguadora, de armonía, hace enmudecer a la concurrencia portadora o no de tambor.

Durante el canto el espejismo de la concordia se proyecta sobre la recoleta plaza y sus habitantes. Espejismo que se desvanece a la par que el cántico cuando los palillos, de nuevo, baten recrudecidos contra la piel de los tambores hasta hacerse inmisericordes.



En ese instante, cuando la impiedad parece extenderse sin remedio hacia todo lo humano, arrasando lo divino que en ellos quedara, tu ausencia se me hizo presente silenciando el repicar de mis tambores íntimos e inundando mi interior de bálsamo de paz. ¡Tan esperada!

(Zaragoza, en el ocaso de un jueves…puede que santo)