Preguntando a Julio, (Anguita, claro)
Santos Rejas Rodríguez
Nunca me pareció fiero, aunque es
cierto que siempre lo había visto de lejos. Y al decir de lejos me refiero a
lejanía de cuerpo y alma porque doy por supuesto que los comunistas tienen
alma, al menos los españoles y a los que conozco; y quien quiera que me
contradiga, que es muy dueño o dueña, pero me lo demuestre con método
científico basado en el materialismo dialéctico o seguiré en mis trece.
Mi
conocimiento había sido a través de televisión y, aunque en ocasiones en primer
plano, no me es posible ahondar en una
mirada que no nos mira, ni adivinar si un torcer de labios es rictus, sonrisa o
mueca. Ni por supuesto es posible por este medio, aún, tener entre la tuya una
mano que te permita conocer la calidez del apretón y si es poseedora de corriente alterna o continua.
Pude conversar con Julio Anguita, a
solas –casi- en medio de los suyos (o al menos a mí me parecieron todos
suyos, pero en esto háganme el mismo
caso que sí les dijera que acabo de aterrizar en China y que todos los chinos son
iguales) en un Congreso. Como pueden
leer, los acontecimientos de tiempos pretéritos me llevaban a los sitios más
insospechados y en un orden absolutamente infrecuente: días antes de mi
conocimiento de Julio fui a un evento a la Cárcel de
Carabanchel y después a una reunión
multitudinaria del Partido Comunista. Años antes, pocos, hubiera sido exactamente al revés…
Julio, de cerca, me pareció aún más indefenso; con
una timidez de adolescente al que le ha crecido una barba entrecana que aún
duda si convertirle en monje, guerrero, profeta, adelantado, visionario... o en
Rey de bastos, con perdón. Y me sorprendió su camisa polo, donde cada botón estaba
en su ojal; el pantalón más bien holgado y la pobreza evidente: no tenía ni
teléfono móvil. Y su risa. Ríe con boca y ojos, enseñando un poquitín los
dientes, tan poquito que algunos debieron pensar que no tenía, o confundían
dientes con dentelladas...
Julio,
qué días aquellos de congresos y pactos; de entendimientos y hablar…! ¿Dónde fueron los tiempos aquellos...que puede que no vuelvan?
A
ti, y a los de entonces, pregunto: ¿Olvidasteis enseñar esos caminos a quienes
venían detrás? ¿Cómo de aquellos califas estos reyezuelos…de su propio ombligo?
Ay, Julio, ay, cómo está nuestra Alhama.