martes, 19 de enero de 2016

¿Qué contestar?

¿Qué contestar?

Santos Rejas Rodríguez


-¡Qué estropeada te has quedado! ¡Cuídate! Te lo digo, como sabes, con todo mi cariño…-¡Chico, qué delgado estás! ¿Has ido al médico? ¿Estás enfermo?
Frases como las anteriores, y similares, he escuchado y, seguro, que quien esto lea también habrá oído…o recibido en sus carnes ¿Qué contestar?
Por naturaleza o (de)formación profesional no suelo señalar lo que veo de negativo en una persona ,si es que lo veo. O callo, o resalto alguna característica positiva, por ejemplo: ¡qué calcetines tan bonitos llevas hoy! Y cuando soy el sujeto pasivo acepto, moderadamente, la crítica o el comentario indebido o inoportuno…
Recuerdo una ocasión que invité a una persona de escaso conocimiento, y recién conocida también, a mi casa a tomar una copa. A los pocos segundos de llegar me espetó: ¡Qué limpio y ordenado está todo! -¿Para ser hombre? Iba a contestar. Pero no me dio tiempo. Conmiserativa, y maternalmente, añadió: ¡Cómo se nota que tienes a alguien que te lo haga! No repliqué, pero la serví Bacardí en lugar del Zacapa 15 que puse para mí. Y no la he vuelto a invitar…



Claro que otras veces el comentario sobrepasa la línea roja de la tolerancia. Como hoy. Esperando el ascensor de mi casa he coincidido con una señora que se ha identificado como vecina. Enseguida ha demostrado ser experta en interrogatorio: ¿Propietario o alquilado? ¿Reciente? ¿Jubilado o trabaja?...Como me cogió en un día no monosilábico, receptivo a la escucha y respondón educado, se bajó al llegar a mi planta para completar el escaneo. Y llegó a lo de la convivencia: –Comparto el piso con mi hijo, la informé. -¿A qué se dedica? –Va al instituto. ¿Profesor? --No. Estudia. Tiene dieciséis años…
En ese instante se distanció unos pasos. Me escudriñó, más, y al tiempo que se embutía en el ascensor, me soltó ¡Huy…pues qué mayor lo ha tenido! Dejándome con la media sonrisa de circunstancias.

Desde entonces deseo, con fervor, volver a coincidir con ella. Voy a restregarle por la propia cara lo de las raíces, profundas, de su teñido y panojo pelo; lo de sus uñas de porcelana, de gata vieja,  necesitadas de un buen restañeo y, en especial, lo de las bragas enterizas que le marcan lorzas en su gordo y flácido culo…Se lo diré. ¡Lo juro por esta! Por la cruz de mis dedos índice y pulgar... que beso.

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