martes, 26 de enero de 2016

Los Nicanores del inconsciente

Los Nicanores del inconsciente


Santos Rejas Rodríguez

Hace unos días comenté que escribiría sobre los nicanores. Para ser sincero no esperaba hacerlo tan de inmediato, pero he dejado escrito en múltiples ocasiones que los sucesos se enraciman buscando emparejarse, quizás huyendo de la soledad.

El domingo, deambulando ociosamente por el Rastro madrileño, topé con don Nicanor y éste, tocando el tambor, me retrotrajo al de Boñar, precisamente sobre el que pensaba escribir en alguna ocasión, dulce singular, y de sabor especial cuando unas manos delicadas te lo ponen a tiro de boca.

Sentado en una terraza al sol de invierno, saboreando un transparente vino riojano de color de cereza madura, pedí disculpas al Nicanor, el de hojaldre liviano, por haberle desplazado desde su cuna leonesa a tierras granadinas, lapsus que en su momento olvidé analizar y que hoy, reverdecido el desliz, y propiciado por el estado semihipnótico inducido por el sol, y el vinillo, he decidido analizar mediante el ejercicio freudiano de hacer consciente lo inconsciente.

Y ha emergido Santa Fé, ofertándome en bandeja su pionono , sin rencor alguno por haberlo confundido inexplicablemente con su pariente leonés, y viceversa. Este dulce  me ha llevado de la mano a Lanjarón y a Trevélez, y más allá a Pampaneira, Órgiva y Pitres… a toda la Alpujarra, en suma. Un lugar para vivir, para soñar y amar, para envejecer sin prisas. Un lugar donde descubrí, donde me descubriste, el dulzor del pionono compartido…



Cuando se bucea en el ignoto adentro, que quizás únicamente sea un compuesto químico en disolución, no es aconsejable hacerlo a pulmón libre: Mascarilla anímica o mano protectora que tire del cordel para hacerte regresar a la superficie en el momento oportuno.

No ha sido una mano sino el hilo de una voz, de una mujer anónima que, sentada a una mesa contigua, decía a una amiga: ¡Le he dejado! ¡Quiero que me quieran como a alguien especial, única! ¡Ese es mi sentido del amor, mi necesidad de amor! Y él no lo hacía…o no sabía.


Como es de mala educación inmiscuirse en las conversaciones ajenas, miré a don Nicanor. Me devolvió una mirada cómplice. Y nos encaminamos a casa. Sin prisas. Acompañados por el silencio de tambores muy lejanos, de cumbres de aromas inaprensibles…

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