Macron
Santos Rejas Rodríguez
Intuí, no era difícil el pronóstico ni necesario ser
adivino o psicólogo, que conseguir en mí barrio una mesa de terraza sería tarea
costosa: ¡juega el atlético! Por ello me
he adelantado con tiempo más que suficiente a la cita de aperitivo compartido.
Conseguido el objetivo, estiraba las piernas y
relajaba los hombros a la vez que me iba a embutir los auriculares para
entretener la espera con música, cuando me llegó, desde la mesa de al lado, el
nombre de Macron.
He de confesar que «puse oreja». Me picó la
curiosidad por saber la opinión sobre la política francesa desde esta orilla
del Manzanares. Mi gozo al pozo: «su mujer es veinte años mayor que él», «la
diferencia de edad, fracaso seguro de pareja», «interés económico por medio»…Me
calcé a toda prisa los auriculares y, saboreando un vino de la rioja, me
dispuse a disfrutar la espera.
Diana Krall oficia de terapeuta y me conduce, ya
calmado el sarpullido del picor, a rumiar sobre lo escuchado: ¿la igualdad de
edad en la pareja garantiza la estabilidad? ¿Y la felicidad? ¿El fracaso
proviene que uno u otra, u otra y uno, tengan diferentes edades? ¿Cuántos años
arriba o abajo? Si la relación de Macron fracasa en algún momento tras, creo,
más de veinte años que lleva junto a su pareja ¿le habrá merecido la pena?
¿Pensará que mejor no haber tenido esos años de felicidad?
Hago una pausa, bebo un sorbo de vino, miro hacia
los ocupantes de la mesa de al lado y me
pregunto: ¿Se puede ser feliz, inmensamente feliz, en relaciones de incierta
duración y edades diferentes? ¿La edad
pareja es garantía de estabilidad? ¿La edad y el tiempo son las varas de medir
la felicidad?
Desenchufo los auriculares porque ha llegado el
momento de compartir el aperitivo con una persona amiga... ¿De qué edad? Je, je
¡Curiosones! ¡Aúpa Atlético!
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