¿Caduca el amor?
Santos Rejas Rodríguez
Amodorrado por el calor sesteo en un parque arbolado
sobre una cómoda silla de terraza. El sopor me impide concentrarme en la
lectura del libro que me acompaña aunque lo mantengo abierto como escudo
protector, sustituto de aquel cielo que cumplía esa función hasta el día en
que, sin duda hastiado, nos abandonó a los caprichos del azar.
Rompe la placidez un dardo, en forma de frase, que
atraviesa mi bruma haciendo diana mental: ̶
«Se han separado porque se les acabó el amor». Saciar mi curiosidad,
escasa, para indagar la procedencia de lo dicho exigiría un esfuerzo incapaz de
realizar, por lo que decido seguir en mi plácida postura de antiguo cochero.
La loca de la casa, el insidioso pensamiento, la
rumiación obsesiva, todos ellos en conjura, trasmutados en pretenciosos tertulianos,
opinan y debaten: ̶ « ¿Qué amor se les
habrá acabado: el común, el individual, el propio?». ̶ « ¿No
será que el diálogo, la confidencia, el entendimiento en la mirada han perdido
su brillo?». ̶ « ¿O que el resplandor de la risa, de la sonrisa
cómplice y fugaz, huyeron sin saber a dónde?». ̶ « ¿El silencio no compartido fue el
pistoletazo de salida?». ̶ « ¿O simplemente es que el amor, medido y
pesado, tiene fecha de caducidad?». ̶ « ¿Se
use o no?».
Una mosquita insignificante, alcohólica, se adentra
en mi copa e interrumpe el guirigay. Retorno al libro abierto ante mis ojos.
Huele a ácido fénico. Cada vez más. Y no sólo en Petrogrado... ¿Vivimos?
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