lunes, 6 de octubre de 2025

¿Amar es gastar o preservar?

 

¿Amar es gastar o preservar?

El dilema del matrimonio

Santos Rejas Rodríguez

En mi anterior entrada de blog: Personas, personajes…y un semáforo, te invité, lectora, lector, a escribir o idear un relato breve sobre la frase que transcribo en el párrafo que sigue y mi ideación sobre ella.

«El matrimonio no es la culminación del amor, sino el proceso de gastarlo». 



La frase flotó en el aire en la sobremesa de un domingo cualquiera, cuatro amigos de toda la vida, y alguien —nadie recuerdas quién— la soltó con la naturalidad con que se toma el chupito de un trago.

—Gastarlo… —repitió Clara, arqueando una ceja—. Pues sí, estoy de acuerdo. El matrimonio, la convivencia en pareja,  desgasta. Al principio hay pasión… luego todo se consume: la rutina, las discusiones pequeñas, la falta de novedad…

Javier, que lleva veinte años casado, respondió: —No lo veo así. Para mí, «gastar» no es perder, es invertir. Es como usar esa prenda querida: se desluce con el tiempo, sí, pero justo por eso está llena de historia. Lo que gastas lo conviertes en parte de ti. El matrimonio es esa convivencia diaria que transforma el amor en algo útil, real.

Teresa, la más joven, recién instalada con su pareja, intervino con entusiasmo:
—Yo diría que gastarlo es aprovecharlo. Cuando compras un vino especial no lo dejas guardado para siempre, lo compartes, lo bebes, lo disfrutas. El amor, si no se gasta, se queda encerrado, intacto, pero muerto.

Clara sonrió con ironía: —O se evapora.

—O madura —replicó Javier—. El matrimonio no mata al amor, lo transforma. Y ese «gasto» es su culminación, no su pérdida.

Y el silencio se convirtió en protagonista. La frase había abierto una grieta: ¿es el matrimonio un desgaste inevitable que erosiona el amor y termina con él o, al contrario, el escenario donde ese amor se gasta en el mejor sentido, como un tesoro compartido?

Hay quienes reaccionan con acritud: ¿cómo que gastarlo? Para ellos el matrimonio es la prueba suprema de que el amor no se marchita, de que la pasión se convierte en compromiso y el «para siempre» se cumple a fuerza de voluntad. Gastar, en esta concepción, significa perderlo, y nadie quiere reconocer que su historia de amor se consume día a día. Que se pierde en pura pérdida.

La otra forma de verlo es: el amor que no se gasta no sirve. Guardar los sentimientos intactos, como un traje de gala que nunca se usa, es condenarlos al olvido. El matrimonio es el escenario donde se «malgasta» el amor en rutinas, discusiones absurdas, noches de cansancio, pero también en risas compartidas, gestos de ternura y esa complicidad que sólo nace tras años de convivencia. Gastar no es perder: es invertir, es poner el amor en circulación.

Entonces, ¿Qué es peor: gastar el amor hasta que duela o intentar conservarlo intacto hasta que muera de inanición?

Yo tengo, como cuarto contertulio, mi respuesta… ¿para ti, el matrimonio, la convivencia en pareja,  gasta el amor o lo consuma? 

Pues eso.

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