Personas, personajes… y un
semáforo.
Santos Rejas Rodríguez
En reciente estancia en mi tierra, Cáceres,
en una tertulia de amigos entrañables, y al hilo de mi última novela, Corazones
rotos, (de tan escaso recorrido,
sin duda por los gastos de las vacaciones y los de inicio del curso
académico que no dan para libros de lectura), surgió la pregunta: ¿Dónde nacen
los personajes e historias de relatos, novelas, poemas?
En lo que a mí respecta, respondí, un cruce
de miradas, una persona solitaria en un atardecer, una frase escuchada al
vuelo, puede ser el germen. Ejemplo:
A mi regreso a Madrid, maleta en ristre, a
la espera del semáforo en verde, escuché una frase de mujer dicha al hombre que
estaba a su lado: «si no te hubiera
dedicado tanto tiempo seguro que mi vida tendría ahora más sentido».
La frase quedó anotada. Hoy la he rescatado y ha surgido este relato:
«Ella lo dijo casi como quien suelta un globo al
atardecer: ligero, tembloroso, y con la certeza de que no volvería a verlo. Él
la miró sin saber aún si responder o recoger las palabras del suelo como quien
recoge trozos de vajilla rota.
—Si no hubiera dedicado tanto tiempo en seguirte a ti
—dijo ella—, probablemente mi vida, al haberla dedicada a mí misma, no tendría
esta sensación de no haber vivido que tengo ahora mismo.
Él buscó en la cara de ella el eco de una
broma, pero no. Había en su voz una precisión que dolía, una verdad que no
necesitaba edulcorantes.
—No es una reproche —añadió ella, antes de
que él pudiera inventarse defensas—. No quiero que creas eso. Es solo una
confesión, creo. Una especie de inventario de ausencias… de la mía conmigo
misma.
—Te he seguido porque quise hacerlo—,
continuó en torrentera—. Porque eras como un paisaje que yo quería recorrer.
Pero hubo un precio. Cosas que se
quedaron fuera del mapa: los viajes que quise hacer sola, el curso de pintura,
las tardes en las que la compañía propia me habría enseñado algo distinto.
No pedía grandes gestos ni cambios imposibles. Solo
existir fuera de su sombra. Que hablara con ella sin esperar utilidad, solo por
escuchar su voz…
Él tomó su mano; esta vez no fue un gesto
mecánico sino una decisión. Las palmas se encontraron como dos libros abiertos
en las mismas páginas: distintos textos que, sin embargo, compartían párrafos.
Y en ese pacto había una melancolía que no
era amarga: era un reconocimiento de la pérdida irrecuperable de lo que no se
hizo, y la tenue esperanza de lo que aún podría nacer».
Hace unos días, viendo una serie televisiva, leí (era
versión subtitulada): «El matrimonio no es la culminación del amor, sino el
proceso de gastarlo».
Lectora, lector, te invito a escribir, o idear, un relato, breve, sobre esa frase. Los
personajes y su contexto son cosa tuya.
Pues eso.

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