De percha, pantalón y manías.
Santos Rejas Rodríguez
¿Se puede coger manía a
objetos inanimados? ¿Son tan inanimados como creemos? Respuesta afirmativa para
la primera interrogante y muchas dudas razonables para la segunda. Lean y
opinen.
Dicen que las peores tragedias
no ocurren en la calle, sino en silencio, detrás de una puerta cerrada. La que
sigue, por ejemplo, se consumó en el armario. Los protagonistas: un pantalón de
pinzas, elegante, beige y una percha de plástico barato, de las del todo
a cien de antes.
Era la cuarta vez que
encontraba al pantalón en el suelo, con las perneras abiertas como alas rotas,
mirando al techo con esa expresión arrugada que solo tienen los cadáveres
textiles.
Yo me preguntaba si la
percha lo había dejado caer por pura negligencia o si el pantalón, viviendo la
relación como tóxica, se había arrojado al vacío en intento suicida.
La bufanda declaró en
rueda de armario: —Esto no ha sido un accidente. Aquí hay alevosía.
El cinturón, en
cambio, insinuaba que el pantalón llevaba tiempo deprimido:
—No soportaba la altura y decía que el aire de la balda le resecaba la tela.
Fuera cual fuera la
verdad, yo terminaba siempre igual: recogiendo al descendido, sacudiéndole el
polvo y devolviéndolo a su colgador.
Hasta que un día,
confieso, me harté. Cogí la percha, la doblé con mis propias manos y la arrojé
al cubo de basura: —¡Me tenías hasta los huevos! —grité.
El pantalón volvió a
colgar, esta vez de una percha de madera maciza. Y aunque parecía más
tranquilo, yo no podía dejar de pensar que, en el fondo, había algo turbio en
su mirada, en la de los ojales de la bragueta, claro. Pensamiento que se
agudizó esta madrugada
al escuchar dentro del armario un leve crujido de madera y el roce suave de un tejido
con pinzas.
¿La percha era inocente? ¿Se estará
arrastrando el pantalón en busca de una próxima víctima?
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