No le pregunté
Santos Rejas Rodríguez
No le
pregunté.
No por
desinterés, ni por miedo, ni por olvido. Simplemente, no se me ocurrió. No
pensé que aquello que para mí era el día a día, uno más; él lo podía considerar
uno menos.
Yo seguía en
la vida como si la vida fuera eterna; tan alejado de sus estadísticas que ni habían
despertado mi interés ni estaba al corriente de sus límites. En resumen: me consideraba en zona segura.
Él caminaba
por el tramo que aproxima la esperanza de vida a la meta de supervivencia.
Y no le
pregunté.
No le
pregunté qué pensaba, qué sentía, si se aferraba a los recuerdos o si había
comenzado a soltarlos uno a uno, del que sabe que la memoria no es almacén: es manantial.
No le
pregunté si repasaba su historia, si encontraba consuelo o culpa en los días
vividos, si se sentía orgulloso como hijo o padre, como marido, como hombre que
ocupaba un lugar —el suyo, único, irrepetible— en este mundo.
No le
pregunté.
Y ahora que
yo, sin prisa pero sin pausa, recorro ese mismo sendero, empiezo a entender
silencios que entonces no comprendí. Empiezo a reconocer en mí los gestos, los
pensamientos, las preguntas que quizá él también se hacía, solo, en voz baja.
Ahora,
aunque esté al otro costado de la mesa, sostenemos las conversaciones que no
tuvimos. Están aquí, en el diálogo que mantengo conmigo mismo y con el eco de
su voz, ya diluido en la distancia de lo eterno.
Padre: lo
siento.
No te
pregunté.
Quizá debía
haberlo hecho. O quizá no.
Seguro que
las respuestas que yo busco ahora estaban ya escritas en tu manera de mirarme,
en tu forma de callar, en la discreción con la que te fuiste…
Hoy me hago las
preguntas que no te hice y escucho, en el fondo de mis adentros, respuestas en
murmullo, y no sé si es tu voz o la mía.
Tal vez sean
ambas, confundidas, reconciliadas por fin en este diálogo tardío…pero que tanta
compañía me hace.
(Aunque faltan unos días para llegar al que fuera tu cumpleaños de vida, esta es mi felicitación anticipada. Pues eso).






