Recuerdo…
Santos Rejas Rodríguez
Cuantificar el tiempo transcurrido desde el inicio de una ausencia eterna
con las varas de medir usuales: horas, meses, años…resulta tan vano como la pretensión
de vaciar el mar en los huecos que han ido hollando mis pies sobre la arena
momentos antes de ponerme a escribir este recuerdo. La ausencia eterna es
atemporal, de presencia viva.
Por toda referencia diré que la partida se produjo un mes de
julio, tan del ayer como el de hoy. Dejé una reseña del hecho, como hito, de la
que entresaco: «Hace escasas horas que ha muerto un buen hombre. Un hombre
bueno. Mi padre. Con él tengo muchas conversaciones pospuestas, perdidas ya.
Nos faltaron, en especial a mí, palabras que transmitieran los afectos que nos
sentíamos. Intensos, muy intensos; adivinados pero embargados por la timidez de
la expresión. Por el miedo escénico, incomprensible pero insuperable las más de
las veces, a decir «te quiero», «te necesito» o, siendo niño y aún después, «siento
miedo cuando no estás», o de que me faltes».
Desprendo la mirada del horizonte del mar, tan engañosamente
infinito. Me esperan. Reanudo el camino canturreando una copla a lo Paco Ibáñez:
« la vida perdió, pero harto consuelo nos dejó su memoria».
Unas salobres gotas, desprendidas del romper de una ola,
resbalan por mi rostro y una cálida sonrisa ensancha mi respirar…
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