Pellizcos y contracturas
Santos Rejas Rodríguez
En autobús urbano de camino a casa. Una mujer, que
algún tiempo muy atrás traspasó la media de esperanza de vida actual, desde la
puerta de salida del vehículo, se gira. Su voz atraviesa a la concurrencia que
abarrota el bus. Llega alta y clara hasta la destinataria: « ¿Mañana, entonces,
qué?» Como rebote de eco, con idéntica intensidad y agudeza, la mujer
aposentada, responde: «Ya te he dicho que iré a ver a los mariquitas. Que me caen
muy bien. Que los pobres las han pasado muy putas». Se refería, claro está, a
la cabalgata de la diversidad próxima a celebrarse. Diálogo tan real como es la
vida mientras se vive. En otra ocasión transcribiré las diversas reacciones del
público asistente.
«Que los pobres las han pasado muy putas» penetró
como ariete hasta mi rinencéfalo, en su componente emocional, catapultándome a tiempos
pretéritos, a aquellos en los que sin duda se las hacían pasar putas « a los
mariquitas».
Y el rumiar se aposentó en mi pensar: ‘Si teniendo
orientación sexual acorde con lo «socialmente establecido» se pasa emocionalmente
putas al sentir el pellizco de una mirada en la propia ¿Cuál será el
sufrimiento añadido al no poder corresponder? Si, además, el pellizco provoca
contracturas en lo hondo, pinzamientos en el alma y dar respuesta a ese sentir
conduce directamente a una cárcel, que en ocasiones se llamaba «modelo», ¿qué
hacer?
En el escudo del duque de Toro figura el lema de «no
hay barreras para mi, pues si hay barreras las salto»…pero «en lo más alto de
su escudo, donde ostenta una cruz de luengos brazos, (hay clavadas) cinco
banderillas blancas con ribetes encarnados», precio a pagar por saltar barreras...
En algunos lugares de este mundo irredento se siguen
poniendo banderillas, y utilizando el estoque de matar, por asuntos del querer. Tremendo pero cierto. ¡sniff!
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