miércoles, 15 de julio de 2015

Y SONRÍE...

Y sonríe…


Santos Rejas Rodríguez


Los culturistas, y no me refiero, a expertos o aficionados a la cultura en sus múltiples aspectos literarios, pictóricos, musicales y demás, no; sino a quienes practican el fisioculturismo hasta la hipertrofia muscular, no precisan ventanales para observar el mundo exterior mientras practican su afición. Espejos que reflejen su espléndida musculatura en 3D les son suficientes… y necesarios.

Esa puede ser la razón por la que en los gimnasios las máquinas de ‘cardio’ suelan alinearse de cara a ventanales que mitiguen la soledad del corredor, pedaleador o incansable subidor de escaleras sin fin.

Aupado en una bicicleta he podido observar a menudo cómo, al otro lado del cristal, una mujer se encamina hacia la salida del gimnasio. La pierna derecha parece haberse independizado  del automatismo del andar y precisa la orden específica, cerebral, a cada paso. Porta un bastón en la mano izquierda, con seguridad para utilizarlo en caso de desobediencia extrema de la pierna rebelde. Es joven. Quizás ni en la cuarentena. Siempre, cuando se aproxima a la puerta de salida, se detiene. Espera la llegada de otra persona saliente. Habla. Y sale acompañada.

Hoy hemos coincidido a la salida y he sido el abordado: -Por favor ¿puedes acompañarme para salir? ¡Es que me da miedo que la puerta se cierre mientras paso!, añade, mientras presto atención, por primera vez,  a la puerta de apertura automática por sensor…

La acompaño hasta la calle y un trecho de camino coincidente. Su ritmo pausado propicia la conversación e impulsa mi curiosidad, escasa por lo general:  -‘Un accidente…hace dieciocho años…los dos primeros en coma…otros inmóvil total…hasta las intervenciones quirúrgicas…y la rehabilitación…y aquí estoy: ¡caracol en tierra y pez en el agua’!, me cuenta. Sin dramatismo. Y sonríe…



Durante el trayecto nos cruzamos con unos niños que juegan. Los mira y sonríe…Y a unas palomas que se disputan comida.Y sonríe... Mira hacia las copas de los árboles que van perdiendo el manto veraniego. Y sonríe…

En la despedida, al tenderme su mano para estrechar la mía, sus labios y sus ojos sonríen.


Tras caminar unos pasos que divergen de su camino me vuelvo para ver cómo se aleja con su bastón en la mano. La pequeña mochila a la espalda. La pierna indómita, doblegándose a duras penas. Y sonrío. Muy adentro…

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