Y sonríe…
Santos Rejas Rodríguez
Los culturistas,
y no me refiero, a expertos o aficionados a la cultura en sus múltiples
aspectos literarios, pictóricos, musicales y demás, no; sino a quienes
practican el fisioculturismo hasta la hipertrofia muscular, no precisan
ventanales para observar el mundo exterior mientras practican su afición.
Espejos que reflejen su espléndida musculatura en 3D les son suficientes… y
necesarios.
Esa puede ser la
razón por la que en los gimnasios las máquinas de ‘cardio’ suelan alinearse de
cara a ventanales que mitiguen la soledad del corredor, pedaleador o incansable
subidor de escaleras sin fin.
Aupado en una
bicicleta he podido observar a menudo cómo, al otro lado del cristal, una mujer
se encamina hacia la salida del gimnasio. La pierna derecha parece haberse
independizado del automatismo del andar
y precisa la orden específica, cerebral, a cada paso. Porta un bastón en la mano
izquierda, con seguridad para utilizarlo en caso de desobediencia extrema de la
pierna rebelde. Es joven. Quizás ni en la cuarentena. Siempre, cuando
se aproxima a la puerta de salida, se detiene. Espera la llegada de otra
persona saliente. Habla. Y sale acompañada.
Hoy hemos
coincidido a la salida y he sido el abordado: -Por favor ¿puedes acompañarme
para salir? ¡Es que me da miedo que la puerta se cierre mientras paso!, añade,
mientras presto atención, por primera vez, a la puerta de apertura automática por sensor…
La acompaño hasta
la calle y un trecho de camino coincidente. Su ritmo pausado propicia la
conversación e impulsa mi curiosidad, escasa por lo general: -‘Un accidente…hace
dieciocho años…los dos primeros en coma…otros inmóvil total…hasta las
intervenciones quirúrgicas…y la rehabilitación…y aquí estoy: ¡caracol en tierra
y pez en el agua’!, me cuenta. Sin dramatismo. Y sonríe…
Durante el
trayecto nos cruzamos con unos niños que juegan. Los mira y sonríe…Y a unas
palomas que se disputan comida.Y sonríe... Mira hacia las copas de los árboles
que van perdiendo el manto veraniego. Y sonríe…
En la despedida,
al tenderme su mano para estrechar la mía, sus labios y sus ojos sonríen.
Tras caminar unos
pasos que divergen de su camino me vuelvo para ver cómo se aleja con su bastón
en la mano. La pequeña mochila a la espalda. La pierna indómita, doblegándose a duras penas. Y
sonrío. Muy adentro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario