PROMESAS
Santos Rejas Rodríguez
Infrecuento catedrales,
iglesias y capillas. En especial si el acudir a uno de estos recintos es para
cumplimiento social, o sea: ver o ser visto; dar o recibir condolencias o
parabienes. Quienes me conocen disculpan mi ausencia. A cambio saben que están
exentos de acudir cuando me toque ser protagonista del evento.
Escrito lo anterior, debo
reconocer que en algunas ocasiones, muy contadas, me embarga una apetencia
similar a la del diabético cuando siente la necesidad de ingerir azúcar. El
cuerpo –pues me resisto a atribuir el impulso a otras instancias no palpables
por los sentidos- me incita a refugiarme en sagrado. Busco entonces una iglesia
perdida, recoleta, donde los únicos ruidos sea el crujir de la madera vieja o
el tropezar en eco del feligrés de andares inciertos.
Mis pasos me han
encaminado a una iglesia a la que me llevó el azar –va para ocho años- y que me recibió de manera mágica con una
misa cantada en gospel.
Hoy, al adentrarme en
ella me llega, nítido y claro, ‘buscad y hallareis’, ‘pedid y se os dará’…
Termina el oficio religioso y sigo sentado en
mi solitario banco. Las palabras del oficiante ocupan mis reflexiones. ¿promesas? ¿de obligado cumplimiento? ¿o
forman parte de un programa de elecciones? ¿envueltas en incienso?
Una tos discreta, un
apagado de velas, me invitan a salir del templo. Y de nuevo en la calle. A
caminar esperanzas.
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