lunes, 29 de septiembre de 2025

Personas, personajes… y un semáforo

 

Personas, personajes… y un semáforo.

Santos Rejas Rodríguez

En reciente estancia en mi tierra, Cáceres, en una tertulia de amigos entrañables, y al hilo de mi última novela, Corazones rotos,  (de tan escaso recorrido, sin duda por los gastos de las vacaciones y los de inicio del curso académico que no dan para libros de lectura),  surgió la pregunta: ¿Dónde nacen los personajes e historias de relatos, novelas, poemas?

En lo que a mí respecta, respondí, un cruce de miradas, una persona solitaria en un atardecer, una frase escuchada al vuelo, puede ser el germen. Ejemplo:

A mi regreso a Madrid, maleta en ristre, a la espera del semáforo en verde, escuché una frase de mujer dicha al hombre que estaba a su lado:  «si no te hubiera dedicado tanto tiempo seguro que mi vida tendría ahora más sentido».



La frase quedó anotada.  Hoy la he rescatado y ha surgido este relato:

«Ella lo dijo casi como quien suelta un globo al atardecer: ligero, tembloroso, y con la certeza de que no volvería a verlo. Él la miró sin saber aún si responder o recoger las palabras del suelo como quien recoge trozos de vajilla rota.

—Si no hubiera dedicado tanto tiempo en seguirte a ti —dijo ella—, probablemente mi vida, al haberla dedicada a mí misma, no tendría esta sensación de no haber vivido que tengo ahora mismo.

Él buscó en la cara de ella el eco de una broma, pero no. Había en su voz una precisión que dolía, una verdad que no necesitaba edulcorantes.

—No es una reproche —añadió ella, antes de que él pudiera inventarse defensas—. No quiero que creas eso. Es solo una confesión, creo. Una especie de inventario de ausencias… de la mía conmigo misma.

—Te he seguido porque quise hacerlo—, continuó en torrentera—. Porque eras como un paisaje que yo quería recorrer. Pero hubo un precio.  Cosas que se quedaron fuera del mapa: los viajes que quise hacer sola, el curso de pintura, las tardes en las que la compañía propia me habría enseñado algo distinto.

No pedía grandes gestos ni cambios imposibles. Solo existir fuera de su sombra. Que hablara con ella sin esperar utilidad, solo por escuchar su voz…

Él tomó su mano; esta vez no fue un gesto mecánico sino una decisión. Las palmas se encontraron como dos libros abiertos en las mismas páginas: distintos textos que, sin embargo, compartían párrafos.

Y en ese pacto había una melancolía que no era amarga: era un reconocimiento de la pérdida irrecuperable de lo que no se hizo, y la tenue esperanza de lo que aún podría nacer».

Hace unos días, viendo una serie televisiva, leí (era versión subtitulada): «El matrimonio no es la culminación del amor, sino el proceso de gastarlo».

Lectora, lector, te invito a escribir, o idear,  un relato, breve, sobre esa frase. Los personajes y su contexto son cosa tuya.

Pues eso.

martes, 16 de septiembre de 2025

La lanza, la adarga... y el inconsciente.

 

La lanza, la adarga... y el inconsciente.

Santos Rejas Rodríguez

Abro el Quijote con ojos recién frotados, y, puestas las gafas de Amenábar,  releo el famoso inventario de armas: «hidalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor» y, claro, el psicoanalista que todos llevamos dentro se me altera y da un respingo.

¿Lanza en astillero? Freud, ¿en qué pensabas cuando lo leíste? Con la cantidad de metáforas fálicas que rastreaste en sueños, mitos y cigarrillos (que para ti no era sólo un cigarrillo), ¿Cómo es posible que se te pasara la lanza más célebre de la literatura española? Quizás, doctor, hojeaste el Quijote a orilla del Danubio, te quedaste dormido en la segunda venta, o decidiste que el hidalgo manchego era un loco a un paso más allá del psicoanálisis y la interpretación.

Y luego está la adarga antigua, ese escudo ovalado que algunos especialistas aseguran tenía forma de corazón. ¿Un caballero armado con un falo en reposo y un corazón a modo de parapeto? Cervantes parece haber escrito ¿sin saberlo? el primer manual ilustrado de psicodinámica: pulsión y defensa, deseo y angustia… Eros y Tánatos cabalgando sobre Rocinante.



De ahí surge la pregunta incómoda: ¿y si Cervantes, entre cautiverios y molinos, se permitía una orientación, simbólica, hasta Amenábar inadvertida? No hablamos de inclinaciones carnales —que eso a la Inquisición no le hacía ninguna gracia—, sino de una orientación estética y erótica que se filtra entre las rendijas del humor y la parodia. Don Quijote no sólo lucha contra gigantes: lucha contra su propia represión, con esa mezcla de orgullo viril y melancolía que hace de cada carga un episodio tragicómico.

En resumen: quizá no sea descabellado pensar que, mientras Freud se entretenía interpretando esfinges griegas y complejos edípicos, Cervantes ya nos había dejado, con sorna y polvo manchego, la radiografía de un inconsciente caballeresco armado con lanza simbólica y coraza sentimental.

Y remato: si Freud hubiera leído el Quijote con la misma pasión con que analizaba los sueños húmedos de sus pacientes, se habría ahorrado muchas horas de diván vienés y probablemente media biblioteca de interpretaciones. Pero claro, no lo hizo. Y esa es la verdadera locura: que cuatro siglos después, gracias a Amenábar,  hablemos del inconsciente freudiano y descubramos que Cervantes ya lo había cabalgado, lance en ristre, mucho antes.

Por cierto, también cabalgaba por esos campos de Dios, Sancho Panza. En burro, claro, que asimismo se hace camino. Pero ese puede ser otro descubrimiento.

Pues eso.

domingo, 7 de septiembre de 2025

Esperanza de vida y más allá

 

Esperanza de vida y más allá

Santos Rejas Rodríguez

Hace unos días, Putin y Xi Jinping se pusieron a fantasear con la idea de vivir 150 años. Y lo dijeron tan campantes, como quien comenta que piensa renovar el coche. Los científicos, menos dados a la ciencia ficción y más al método, ya se han encargado de ponerlos en su sitio: el límite humano está, con suerte, en los 110 o 115 años. La persona más longeva registrada, Jeanne Calment, murió con 122 y, desde entonces, o al menos a mí no me consta, nadie ha batido su marca. O sea, que de momento seguimos siendo mortales con fecha de caducidad.

España, mientras tanto, juega en otra liga. Aquí no necesitamos experimentos futuristas para presumir de longevidad: en 2023, la esperanza de vida fue de 83,7 años, con las mujeres rozando los 86,3 y los hombres quedándonos en 81,1 (seguimos empeñados en conducir como si fuéramos inmortales). En la Comunidad de Madrid incluso se superan los 86 años, demostrando que uno puede sobrevivir a los atascos, la contaminación y la política regional (je, je).

Las proyecciones del INE dicen que hacia 2050 llegaremos a rozar los 90 años. Un tercio de la población tendrá más de 65 y eso obligará a repensar el modelo de pensiones, los cuidados… paliativos y hasta la idea misma de jubilación. ¿Qué sentido tiene jubilarse a los 67 si la expectativa es seguir en pie otros 25? Habrá cola, más aún,  en el ambulatorio, pero no en la cola del paro…y estaremos demasiado ocupados cuidando a nuestros nietos o a nuestros bisnietos.



Y ahora voy al verdadero asunto de esta digresión: ningún informe estadístico recoge lo que realmente da miedo al ser humano, yo entre ellos, que no es cuánto dura la vida, sino cuánto dura la muerte.

Y sobre eso, INE incluido, nadie tiene datos. Parece que la muerte es una condición bastante estable y, para más inri, extremadamente larga. Y eso sí que me acongoja: vivir cien años puede ser cansado, pero estar muerto… eso sí que parece una eternidad sin escapatoria ni buzón de reclamaciones.

En resumen: ahora mismo sabemos que la muerte dura mucho,  eternamente se dice, pero eternamente es una palabra que hemos inventado los humanos para calificar aquello que no sabemos lo que dura, como el infinito, del que ya dijo Einstein que está mucho más lejos de lo que pensamos; y como el universo, que a telescopio nuevo vemos que está más adelante...más allá.

Quizá por esta razón nos obsesionamos tanto con alargar la vida: no por amor a ella, sino por puro pánico a esa postdata interminable que nos espera al final.

Pues eso.

Pd. Desde Cáceres, desde el ventanal de mi casa contemplando la Montaña, con amor eterno.

lunes, 1 de septiembre de 2025

De percha, pantalón y manías.

 De percha, pantalón y manías.

Santos Rejas Rodríguez

¿Se puede coger manía a objetos inanimados? ¿Son tan inanimados como creemos? Respuesta afirmativa para la primera interrogante y muchas dudas razonables para la segunda. Lean y opinen.

Dicen que las peores tragedias no ocurren en la calle, sino en silencio, detrás de una puerta cerrada. La que sigue, por ejemplo, se consumó en el armario. Los protagonistas: un pantalón de pinzas, elegante, beige y una percha de plástico barato, de las del todo a cien de antes.

Era la cuarta vez que encontraba al pantalón en el suelo, con las perneras abiertas como alas rotas, mirando al techo con esa expresión arrugada que solo tienen los cadáveres textiles.

Yo me preguntaba si la percha lo había dejado caer por pura negligencia o si el pantalón, viviendo la relación como tóxica, se había arrojado al vacío en intento suicida.

La bufanda declaró en rueda de armario: —Esto no ha sido un accidente. Aquí hay alevosía.

El cinturón, en cambio, insinuaba que el pantalón llevaba tiempo deprimido:
—No soportaba la altura y decía que el aire de la balda le resecaba la tela.

Fuera cual fuera la verdad, yo terminaba siempre igual: recogiendo al descendido, sacudiéndole el polvo y devolviéndolo a su colgador.

Hasta que un día, confieso, me harté. Cogí la percha, la doblé con mis propias manos y la arrojé al cubo de basura: —¡Me tenías hasta los huevos! —grité.

El pantalón volvió a colgar, esta vez de una percha de madera maciza. Y aunque parecía más tranquilo, yo no podía dejar de pensar que, en el fondo, había algo turbio en su mirada, en la de los ojales de la bragueta, claro. Pensamiento que se agudizó esta madrugada al escuchar dentro del armario un leve crujido de madera y el roce suave de un tejido con pinzas.

¿La percha era inocente? ¿Se estará arrastrando el pantalón en busca de una próxima víctima?

No me he atrevido a abrir la puerta del armario. 
Allá se las ventilen los inanimados entre ellos. Me dije.
Pues eso