De padres
Santos
Rejas Rodríguez
Tal día como
hoy, 5 de noviembre, san Zacarías, nació un niño que, andando en el tiempo, se
convirtió en un buen hombre. En un hombre bueno. Mi padre.
En el día de
su muerte, a las pocas horas de fallecer, escribí: «Con él tengo muchas conversaciones pospuestas,
perdidas ya. Nos faltaron, en especial a mí, palabras que transmitieran los
sentimientos que nos sentíamos. Intensos, muy intensos; adivinados pero
embargados por la timidez de la expresión. Por el miedo escénico,
incomprensible pero insuperable las más de las veces, a decir : ‘te quiero’, ‘te necesito’ o,
siendo niño y aún después, ’siento miedo
cuando no estás, de que me faltes».
Han transcurrido muchos años. En el
intermedio he mantenido con mi padre todas las conversaciones que no tuvimos en
aquel entonces. Ha estado presente en mi vida todos y cada uno de los días
transcurridos. Y, con su presencia, ha ido llenando el inconmensurable hueco
que su ausencia me produjo.
La muerte de una madre cicatriza más
rápida y su ausencia es más dulce porque en vida recibimos el abrazo que
necesitábamos en el momento oportuno, sentimos su cariño manifiesto, sus besos
y su ternura. Tras fallecer todo sigue como si estuviera presente…lo está.
La muerte del padre es el duelo
prolongado. Se tarda en asimilar porque quedan inconclusos los abrazos, el
cariño no expresado en palabras, las palabras no dichas en voz alta…. La
rumiación se produce en los hondones, en las capas profundas de aristas que
hacen sangrar los recuerdos. Tarda en emerger la sonrisa en las vivencias perdidas y
el caminar de la mano.
Papá, quiero terminar la felicitación
de tu cumpleaños con algunas de las frases con las que te escribí el día de tu
muerte:
«Necesito expresarte
ahora lo que pienso y siento, y, de manera pública y como acto de fe, decirte
lo orgulloso que puedes irte de esta vida por todo cuanto has hecho en ella y
en especial por lo que nos has dado. Orgullo que es el mismo que siento, que
sentimos todos tus hijos, por haberte tenido como padre, por seguir teniéndote
como padre allá donde estés ahora. Que lo sepas. Un beso. Fuerte».
Pues eso. Felicidades Z.
Vicente.
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